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Palestina a la hora de las revueltas árabes por Alain Gresh

Los palestinos en el exterior y los que se encuentran en los territorios ocupados fueron llamados a converger hacia Israel por el Comité que organizó una marcha en la frontera el pasado 15 de mayo. Éste los exhortó a rechazar toda violencia, y a armarse solamente con banderas palestinas. Esta movilización, inspirada en el ejemplo de las revueltas árabes, es fruto del impasse estratégico en que se encuentran Hamas y Al Fatah.

Las imágenes de palestinos concentrados en las fronteras de Israel, el 15 de mayo de 2011 es un sueño para unos y una pesadilla para otros. En este 63 aniversario de la declaración de la independencia del “Estado judío” y de la Nakba (“catástrofe”) para los palestinos, expulsados por cientos de miles de sus hogares, los manifestantes, llegados de Siria (1) o del Líbano, de Jordania o de Gaza, confluyeron hacia la tierra prometida.

Ellos son sólo unos cuantos miles, pero el mundo se pregunta: ¿qué pasaría si millones de refugiados marcharan así, pacíficamente, para derribar las fronteras y los muros? ¿Estos refugiados, olvidados por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) desde los acuerdos de Oslo de 1993 –a pesar de que esta misma organización originó el despertar palestino de los años 60–, habrán decidido tomar en sus manos su destino?

En Ramallah, las banderitas piden la elección, por todos los palestinos (en Cisjordania como en Gaza, en Beirut como en Ammán), de un consejo nacional representativo de todo el pueblo disperso y llaman a la refundación de la OLP. ¿Nueva etapa en la lucha por la liberación? La respuesta brutal de Israel –catorce palestinos desarmados, muertos el 15 de mayo pasado– es proporcional a la preocupación de sus dirigentes. La pretensión inédita de la “calle palestina”, que sigue los pasos de las revueltas árabes, escapa tanto a Hamas como a Fatah y es lo que empujó a estos dos hermanos enemigos a concluir un acuerdo (ratificado en el Cairo el último 4 de mayo, por los representantes de trece facciones palestinas).

El texto prevé la formación de un gobierno de técnicos; la liberación de los prisioneros de las dos organizaciones detenidos en Gaza o en Cisjordania; el llamado a elecciones presidenciales y legislativas de aquí a un año; la reforma de la OLP; la reunificación de los órganos de seguridad sobre una base estrictamente profesional. Se acordó prioridad a la reconstrucción de Gaza que aún permanece sometida al bloqueo.

Este arreglo suscitó, sin sorpresa, el pronto rechazo israelí, y el primer ministro Benjamin Netanyahu conminó a Fatah a elegir entre la paz y Hamas. Olvidaba que, desde hacía meses, los oficiales israelíes justificaban su reticencia para concluir un acuerdo con Mahmoud Abbas (presidente de la Autoridad Palestina y Secretario General de Al Fatah) por el hecho de que sólo representaba a la mitad de los palestinos. Midiendo sus palabras, Netanyahu pretendió incluso que Hamas era “la versión local de Al-Qaeda” (2).

Esta intransigencia fue ratificada por el presidente Barack Obama que, en su discurso del pasado 19 de mayo en Washington, afirmó comprender “las profundas y legítimas incertidumbres de Israel: ¿cómo puede negociar con un partido que ha demostrado que no quiere reconocer su derecho a existir?” Sin embargo, Obama y Netanyahu conocen el texto de los acuerdos de Oslo a los que no cesan de invocar: estos acuerdos acreditan a la OLP y únicamente a ella (no al gobierno palestino) para negociar con Israel el pacto final sobre el estatuto de los territorios palestinos ocupados.

Ahora bien, Hamas no pertenece a la OLP. Y los dos jefes de Estado ignoraron también las declaraciones de Khaled Mechaal, jefe del buró político de Hamas. Este reiteró su apoyo a la construcción de un Estado palestino en Cisjordana y en Gaza con Jerusalén como capital y afirmó que, en el caso de que fuera creado, Hamas renunciaría a la violencia.

El acuerdo entre Al Fatah y Hamas sorprendió a todos los observadores que seguían desde hacía años las tortuosas transacciones entre los dos partidos. Todavía es difícil saber en qué medida será aplicado: muchos puntos quedan oscuros y la desconfianza recíproca sigue bien aferrada. Pero los factores que empujan a este entendimiento son poderosos, algunos tienen que ver con el panorama palestino, otros con la transformación regional.

Las dos organizaciones se vieron confrontadas a la formación de un movimiento de protesta en Cisjordania e incluso en Gaza. La consigna no era, como en los otros países árabes, “El pueblo quiere la caída del régimen”. La causa: “No tenemos ni régimen, ni Estado”; así nos explicaba en Ramallah el intelectual Jamil Hilal, “Apenas una autoridad y, encima, la ocupación”. Miles de jóvenes gritaban: “El pueblo quiere terminar con la división”. Al Fatah y Hamas se vieron obligados a tomar en cuenta esta demanda popular. Tanto más cuanto que los dos se encuentran en un impasse estratégico.

El proceso de paz al cual Al Fatah apostó todo desde 1993 está enterrado desde hace años: pero, con la caída del presidente egipcio Hosni Mubarak, que era su principal padrino, el movimiento de Mahmud Abbas tuvo que decidirse, finalmente, a firmar el acta de defunción. El avance permanente de la colonización –el día mismo del discurso de Barack Obama en Medio Oriente, el gobierno israelí anunciaba la creación de 1.550 nuevas viviendas en Jerusalén Este– impide el diálogo con Israel en todo su alcance.

En cuanto a Hamas, que reivindica la “resistencia”, mantiene el alto el fuego con Israel y lo impone, por la fuerza, si fuera necesario, a las otras facciones palestinas. En consecuencia, en Gaza, debe hacer frente a grupos salafistas (según algunos, ligados a Al-Qaeda), que le reprochan no sólo no luchar militarmente contra “el enemigo sionista” sino, en el plano interior, no expandir la islamización de la sociedad. El asesinato en abril último, por un grupo extremista, de Vittorio Arrigoni, un militante italiano pro palestino instalado en Gaza, sonó como una advertencia.

Por fin, la continuación del bloqueo israelí y las dificultades cotidianas de la población erosionan la influencia de Hamas.

Los dos partidos sufren además una crisis de legitimidad. Su comportamiento –autoritarismo, clientelismo, corrupción, etc.– no es muy diferente de los que prevalecen en otras partes del mundo árabe y suscitan las mismas revueltas y la mismas aspiraciones a la libertad.

La transformación de la situación regional indujo al compromiso. Al Fatah perdió en Mubarak a su mejor aliado. Las manifestaciones en Siria y su violenta represión debilitaron uno de los apoyos esenciales de Hamas que, desde su expulsión de Jordania, cuida el rumbo de su política exterior. El pasado 25 de marzo, el jeque Yusuf Al-Qaradawi, uno de los predicadores más populares del islam sunnita, ligado a los Hermanos Musulmanes (de donde proviene el Hamas) condenó firmemente el régimen del presidente Bashar Al-Assad, al afirmar que el partido Baas ya no podía dirigir Siria. A pesar de las presiones de Damasco, Hamas se cuidó de correr al auxilio de su protector sirio.

Otra modificación regional perturba a los dirigentes del partido islamista. La represión de la revolución democrática en Bahrein y la violencia de la campaña antichiita conducida por los países del Golfo agravaron las tensiones entre estos países e Irán. Ahora bien, la alianza de Hamas con Teherán es mal vista por los empresarios ricos del Golfo que participaron en su financiamiento. De allí el interés de acercarse a Egipto, potencia sunnita. Un acercamiento facilitado por la inflexión de la política de El Cairo desde el derrocamiento del Presidente.

Sin romper con Estados Unidos ni cuestionar el tratado de paz con Tel-Aviv, Egipto se desprende, en efecto, de su sometimiento a los intereses israelíes y estadounidenses. Mubarak se oponía a la unidad entre Al Fatah y Hamas, especialmente porque temía la influencia de los Hermanos Musulmanes en su país; consideraba a Gaza antes que nada como un problema securitario y participaba de su bloqueo; encabezaba la cruzada árabe contra Irán. Estos miedos han perdido actualidad, desde el momento en que los Hermanos Musulmanes se aprestan a participar en las elecciones de septiembre y quizás, incluso, en el gobierno. Más aun porque el nuevo clima democrático permite la expresión de la solidaridad de los egipcios con los palestinos, lo que el gobierno no puede ignorar.

Además, el ministro egipcio de Relaciones Exteriores, estimando que el bloqueo israelí de Gaza era “vergonzoso” (3), declaró que el paso de Rafah sería abierto. El jefe de Estado Mayor Sami Anan puso en guardia a Israel –en su página en Facebook–: “El gobierno israelí debe dar pruebas de reserva cuando menciona las negociaciones de paz. Debe abstenerse de inmiscuirse en los asuntos internos palestinos” (4).

Como lo sintetiza Mahmud Chukri, ex embajador de Egipto en Damas: “Hosni Mubarak siempre tomó partido por Estados Unidos. Ahora, la manera de pensar es totalmente diferente. Queremos crear una democracia modelo en la región y asegurarnos de que Egipto ejerza su propia influencia”.

Esta inflexión se traduce en un descongelamiento de las relaciones con Irán que –como Damasco, por otra parte– acogió el acuerdo interpalestino.

Para responder a esta nueva situación regional y a los fracasos de su mediación en el conflicto israelí-palestino –confirmados por la renuncia de George Mitchell, enviado especial estadounidense para la paz en Medio Oriente– Barak Obama tomó la palabra el pasado 19 de mayo, dos años después de su discurso en El Cairo, en el cual se dirigió al mundo musulmán. Quería mostrar que su país se ubicaba en el “lado bueno de la historia”, aunque la región ardía; quería proclamar además la voluntad estadounidense de combinar intereses y valores: denunció, por ejemplo, la represión llevada a cabo por el gobierno de Bahrein, protegido por el comando de la V flota estadounidense, al tiempo que guardó silencio sobre el papel de Arabia Saudita que le proporcionó ayuda.

“El liderazgo estadounidense es más necesario que nunca”, aseguraba la secretaria de Estado Hillary Clinton, antes del discurso presidencial. Pero, tanto como otros analistas, Robert Dreyfuss se pregunta en el semanario The Nation: “¿Alguien en la región escucha todavía a Estados Unidos?” (5). Después de haber señalado el repudio paquistaní y afgano, observa: “Irán, a pesar de las sanciones costosas y de las amenazas repetidas de intervención militar, no solamente rechaza todo compromiso sobre su programa nuclear, sino que continúa apoyando los movimientos antiestadounidenses en Irak, en Líbano, en Palestina, en los Estados del Golfo. Irak, cuyo gobierno es el resultado de la invasión de 2003, rechazó todo mantenimiento de presencia militar estadounidense, y sus dirigentes se felicitan por la nueva alianza con Irán. Por su parte, Arabia Saudita expresa enérgicamente su descontento no sólo por la manera en que Obama dejó caer al presidente Mubarak sino porque criticó la represión en Bahrein.

En cuanto a Netanyahu, después de haber resistido sin mucho esfuerzo el pedido de detención de la colonización, rechazó todo retorno a las fronteras de junio de 1967, proyecto reafirmado por Obama, y se negó incluso a tomar las fronteras como base de negociación, solución preconizada por el presidente estadounidense. Durante el encuentro entre los dos hombres, el pasado 20 de mayo en la Casa Blanca, Netanyahu, con la arrogancia de quien sabe que no corre ningún riesgo, dio a su interlocutor una lección de historia y de geopolítica. Más allá de la mediatización de las divergencias entre los dos hombres, el primer ministro israelí confió a sus mentores: “Llegué a este encuentro con cierta preocupación, salí tranquilo” (6). Y el presidente Obama exaltó “las relaciones extraordinarias entre los dos países”, único principio inamovible en la región, pero también principal obstáculo para la creación de un Estado palestino, que Obama anunciaba, sin embargo, para 2011 (su predecesor, Georges W. Bush, lo había prometido para 2005, después para 2008).

A diecisiete meses de la elección presidencial estadounidense, la capacidad de Obama para imponer este objetivo parece menos probable. Una sola cosa es segura: cuando en septiembre, la Asamblea General de Naciones Unidas se reúna para decidir la admisión en su seno de un Estado palestino en las fronteras de 1967, Estados Unidos se opondrá. Como se opone a toda presión sobre un gobierno que, desde hace años, viola las resoluciones de la ONU, incluídas aquellas votadas por Washington.

Pero corre el riesgo de quedar aislado, ya que el acuerdo entre Hamas y Fatah, la creación de un gobierno de unidad palestino y la intransigencia israelí crean un contexto más favorable a la demanda de Abbas. Varios países europeos parecen de hecho decididos a apoyarla. Ciertamente, Washington podrá imponer, una vez más, su veto. Pero un voto masivo de la Asamblea General permitiría al Estado palestino convertirse al menos en miembro observador de la ONU (por ahora, sólo lo es la OLP), el mismo título que Suiza; integrar las organizaciones especializadas de la ONU (UNESCO, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación [FAO], etc.); y plantear la cuestión de la ocupación de un Estado (y no sólo de “territorios”) ante la opinión y la justicia internacionales. Un paso adelante modesto, pero un paso al fin...

NOTAS:

1 El hecho de que Siria haya dejado pasar a los manifestantes era, evidentemente, una señal enviada a Tel-Aviv y a Washington para hacerles comprender que una desestabilización del régimen de Damasco amenazaría a Israel.

2 “Le Hamas réplique locale d’ Al-Qaida”, 5-5-11 (Israel7.com).

3 “Egypt to throw open Rafah border crossing with Gaza”, 29-4-11 (Ahram on line).

4 David Kirkpatrick, “In Shift Egypt Warms to Iran and Hamas, Israel’s Foes”, The New York Times, 28-4-11.

5 “Obama Gives Major Middle East Speech – But Is the Region Still Listening?”, The Nation, Nueva York, 19-5-11.

6 Citado por Steven Lee Myers, “Divisions are Clear as Obama and Netanyahu Discuss Peace”, The New York Times, 20-5-11.

Alain Gresh, de la Redacción de Le Monde diplomatique, París.

Traducción: Florencia Giménez Zapiola

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