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Proceso constituyente y educación cívica. Un ejemplo a partir del conflicto en la Araucanía. Por Rodrigo Escobar San Martín

Sin duda, la noticia más relevante de la semana pasada fue el llamado en cadena nacional a que la ciudadanía participe en el proceso constituyente. A este respecto, el itinerario que se ha escogido para construir una nueva constitución estriba en la convocatoria de la sociedad a dar cuenta del país que se quiere para que efectivamente Chile posea una constitución civil propia de un ejercicio verdaderamente democrático. A todas luces, esta noticia parece ser un buen aliciente a las demandas que exige la ciudadanía.

No obstante, no todo lo que brilla es oro, pues la instancia de participación ciudadana en el proceso constituyente no es vinculante, vale decir, si bien la ciudadanía podrá deliberar y proponer de manera individual o en cabildos, esto no significará que la ciudadanía pueda ejercer decisión alguna de la trayectoria política a seguir en el plano constitucional y que, en última instancia, será el Congreso quien tendrá la última palabra.

Ante este panorama han surgido varias críticas sobre el proceso constituyente, pero se resalta una cosa fundamental: si bien es cierto que no es un proceso vinculante, se valora este espacio de voz que el gobierno promueve hacia la ciudadanía. Inclusive un medio de comunicación que coloca su énfasis en las noticias políticas, y con editoriales que se han convertido en viral en las redes sociales, haya tenido una editorial con palabras tibias frente al llamado constituyente.

Lo más interesante de todo esto es cómo ha sido transmitida la información y no la información en sí misma.

Se le ha dado el título de un momento único, un momento esperado por la ciudadanía y que es inédito en el ejercicio político. ¿Podemos creer en esto? ¿Acaso la ciudadanía no delibera?, ¿acaso la sociedad civil esperaba este llamado mesiánico que brindará las condiciones para deliberar sobre la dirección y país que queremos? Estas preguntas ilustran, a mi parecer, el momento en que nos encontramos como sociedad y la poca –o derechamente nula- sintonía que la clase política y el gobierno tiene del mundo social. La sociedad civil, los movimientos sociales, espacios territoriales y regionales han demostrado constantemente un proceso de debate y deliberación política multifacético y ricos en ideas que, precisamente, se encuentran invisibilizados por los medios de comunicación. Estos espacios han generado procesos democráticos inclusivos, participativos y plurales que persiguen instalar prácticas efectivas en el ejercicio democrático.

Hablar de lo social implica hablar de realidades: personas, lugares, sueños y espacios tan distintos como enriquecedores que buscan hacerse cargo de los problemas y soluciones que les aquejan. La ciudadanía es un espacio tan heterogéneo que, independientemente de lugar político desde donde se argumente, exige un espacio de debates e ideas. Esta lucha no es nueva. Ya los griegos entendían a la democracia como agón, es decir, el espacio de la lucha de argumentos: un ciudadano se considera como tal porque toma decisiones y esa es la clave de la política y de su dimensión agonista.

El poder de la palabra se encuentra en concomitancia con el ejercicio del poder político, por esta razón, los espacios públicos y la participación se tornan en elementos fundamentales de la democracia.

En este sentido, uno de los pasos previos del proceso constituyente consistió en educación cívica, que a todas luces pasó sin pena ni gloria –no sabemos de qué se trató ni menos cómo fue llevado a cabo-. Sin desmerecerlo, me gustaría ilustrar un vivo ejemplo de cómo podemos entenderla en materia de educación e inclusión de los pueblos originarios. Los medios de comunicación han cubierto con especial ahínco lo que está ocurriendo en la Araucanía, pero han hecho vista gorda de los factores sociales que inciden en la zona. Esto refleja una mirada cultural miope sobre un conflicto tan profundo como lo es el que ocurre en la Araucanía. Es cierto, hay violencia en la Araucanía, y una de las más simbólicas no ha sido solamente la quema de las iglesias de la zona, sino también la transformación educativa: ese ha sido el caso del tránsito de una comunidad educativa a una policiaca, digna del biopoder foucaultiano. El liceo técnico de Pailahueque se encuentra ubicado en una zona agrícola y ganadera, por lo que la educación técnica abría nuevas puertas para las y los jóvenes de la zona. Sin embargo, a fines del año 2013 el liceo cerró sus puertas. Este elefante blanco, encontró a sus nuevos propietarios en las fuerzas especiales de carabineros. El paso que se dio es aterrador: el único colegio técnico que brindaba educación a una de las zonas más pobres del país –sí, usted adivina bien, también es una zona de comunidades mapuches-, pasa a ser un centro policiaco. Lo ominoso de esta figura es la imagen proyectada propia de una sociedad unidimensional -como diría Marcuse- que solamente ve en la violencia la única vía posible de resolver un conflicto tan complejo como lo es el de las comunidades mapuches.

Esta comunidad educativa policiaca refleja a su vez la separación tan profunda y compleja de la dimensión política, con sus dispositivos y procedimientos de poder que tecnifican lo anómalo y lo extraño, por medio de fuerzas represivas que ejercen un control indiscriminado de lo que debemos entender por normalidad. Si usted ha leído a Foucault y quiere ver un ejemplo nítido de normalización y gubernamentalidad, desde un prisma educativo y cultural, compare el proceso constituyente con el conflicto de la Araucanía; más que mal, los pueblos originarios tendrán un proceso constituyente distinto que enfatizará sus demandas ancestrales, pero que pasarán a ser, tal y como nuestras deliberaciones, un insumo más a considerar por el Congreso. Lo anómalo encuentra su normalización en el discurso parlamentario, quien tendrá la potestad de tomar o no las diversas ideas de las actas para así homogeneizar un gran texto que genere, en el discurso, consensos y unidad del país. Elemento que será utilizado como incuestionable frente a la sociedad por su factor de convocatoria ciudadana.

A su vez, este ejemplo ilustra un salto hacia adelante de la visión de un honorable -con tintes platonistas- del senado. El recorrido es que: “en las decisiones políticas no hay que escuchar a la calle”; a un gobierno que extrajo de mala manera una frase digna de la escuela de Frankfurt: “sois tan libres de pensar como yo”. La convergencia deliberativa de la ciudadanía tiene que “cuadrar” con los márgenes normativos de la clase política. Por lo que anular la diferencia, anular la diversidad en pos de unidireccionar la discusión constitucional, atomizándola a un salón más amplio que la sala en la que se redactó la constitución de Pinochet, y, en consecuencia, dejándola al arbitrio de unos cuantos honorables, estriba mucho de una democracia madura.

De esta manera, el proceso constituyente más que dignificar lo social, sigue entrampado en una clase política en crisis y que se ve a sí misma como la única capaz de salir de esa crisis en la que se encuentra sumergida. Mientras el proceso constituyente no sea vinculante, los esfuerzos deliberativos de la ciudadanía no se convertirán en mandato. La participación en democracia significa voz para deliberar, pero sobre todo voz para decidir.

Por otra parte, mientras los medios de comunicación no sean sólo un instrumento más de la técnica para gobernar a las mayorías, y se percaten de que cuando hablamos de realidad social no podemos reducirlo simplemente a datos, cifras y estadísticas, se darán cuenta de que la realidad social es más bien una abstracción de distintas y múltiples realidades. Es la diferencia de visibilizar la violencia en la Araucanía y criminalizar a un pequeño grupo y al mismo tiempo ocultar la violencia cotidiana con la que lidian las distintas comunidades que allí habitan.

Cuando un colegio pasa a ser menos importante que un cuartel policial, el mensaje político que se encuentra de fondo no puede más que perturbarnos.

Rodrigo Escobar San Martín
Profesor de la Universidad Católica Silva Henríquez

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