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QUIEN DIJO QUE LA MAMA GRANDE HA MUERTO. Por Emanuel Garrison

Existe la errada creencia, entre cristianos y gentiles, de establecer la fecha y el lugar de muerte de la Mama Grande, no ha muchos años atrás en un pueblo hoy carcomido por la marabunta y tragado por las fauces irremediables de la selva tropical. Pues bien, esto es un error garrafal descrito por ciertos autores apócrifos, pues la Mama Grande tenía facultades tan perdurables como sus vicios y virtudes. Y entre las facultades principales de la vieja hidrópica, se encontraba el de poder levantarse desde su catafalco de hierro como quien ha dormido una siesta o ha sufrido un ataque de catalepsia después de una larga borrachera. Entre las virtudes patrimoniales puede destacarse, sin duda, ganar siempre en las apuestas y azares, obtener su apetecible tasajo sin importar las buenas o malas artes.

Y otro don singular mencionado por relatores y cronistas ha sido su facultad de bilocación o posibilidad de estar en dos sitios al mismo tiempo. Aunque la Mama Grande pudo haber estado fácilmente en muchos más de tres, simultáneamente. Puesto que su destartalada figura fue fielmente retratada en varias naciones a la misma vez con increíble acuerdo acerca de sus características vejestorias de meretriz de tetas grandes, y otros unánimes detalles de su predominio oligarca y hegemonía insaciable de déspota apostadora.

Algunos doctores de ojo experto creen haberla visto a principios de la colonia, fundando ciudades a caballazos y con rebenque en mano, sitiando poblaciones indígenas, doblegando bosques a machetazos; incluso algunos ancianos la recuerdan en sus memorias persistentes conquistando el sur de América, rifle en ristre, asediando las viejas chozas de Onas y Alacalufes, disparando entre los vestigios de sus propio rencor y sobre las matas agrestes de sus inagotables fuentes de saciedad. Porque la Mama Grande sólo podía sobrevivir en los escombros destartalados de su voracidad sin descanso y sin fin.

Muchos analistas también la han divisado en otras épocas post coloniales al mando de tropas y dirigiendo columnas con los ejércitos del norte; allí la vieron con ojos de energúmena guerrera, cabalgando a pelo en un corcel del demonio, entrando a sablazos en las misiones y reductos nativos, y más tarde otros la advirtieron, eufórica y con los ojos inyectados en sangre, ingresando en Panamá, en Haití y en Nicaragua, con sus monumentales nalgas de gran matrona posadas sobre un tanque de vanguardia; desbaratando avenidas, incendiando edificios, apoderándose del agua y de las riquezas subterráneas, proclamando la buena nueva, destrabando el comercio y la industria, traficando huérfanos y recién nacidos entre los campanarios de las iglesias y nunciaturas, refundando nuevos gobiernos de verdad, instalando por doquier el poder inconmensurable de sus vástagos de procreadora implacable y fecunda, la verdad autocrática de su estirpe a través del monopolio gobernante sobre la muchedumbre feliz, puesto que la Mama Grande siempre abría un nuevo periodo de esplendor luego de otro sanguinario derrocamiento, foco y objetivo de su misión en la tierra, único mandato para la casta de la eternidad posible y dogma para la buena gobernanza que solo podía existir en los múltiples mundos paralelos acaecidos en la mente febril de la Mama Grande.

Y como ella se alimentaba de pólvora, una y otra vez mandó a sus hijos a la guerra, y ella misma la declaró a cuanta nación se atribuyera ideas, actas y caminos propios, sin importar la trampa, el complot o el magnicidio a gran escala, según sus inciertos designios, que era su única academia, el metódico recurso, y la única estrella que seguir en los mares y tormentas de su poderío desmesurado. Fue así como después de la heroica guerra del Pacifico sur, desarticuló gobiernos y desgarró la bandera de la justicia, aplastó manifestaciones, fusiló rebeldes y pocos años más tarde, acribilló legiones de obreros con su venia de proverbial y singular república. Fue así como la Mama Grande amasó el delirio de su fortuna extendida por todo el orbe, y sembró el descalabro bursátil y los ghettos de miseria y segregación; con la misma mano diestra que se limpiaba el culo redactó las leyes, la obediencia, las ordenanzas municipales y los bandos constitucionales. Con el mismo brazo que ejecutó a sus rivales políticos redactó las noticias de la tarde y fundó las mentiras de tercera y cuarta categoría, y luego se puso a disposición del dios de la avaricia, la truculencia y la usura.

Pocas verdades existen acerca de su muerte y muchas certezas de quienes aseguran haber visto a la Mama Grande desestabilizando gobiernos en el Caribe, golpeando democracias en el sur y dirigiendo ejércitos más al norte; muchos aseguran haberla divisado traficando opio y heroína en el Asia Central, invadiendo países petroleros en oriente, o adjudicándose licitaciones de multinacionales en estados atiborrados por el limo de la corrupción. Otros aseguran haberla visto planificando la próxima crisis financiera para asirse de un zarpazo matriarcal el honor de ser nuevamente coronada reina, mientras sus huestes sombrías destazan a machetazos, una y otra vez, los vestigios casi ilegibles del hombre y del ciudadano.

Pero sin duda, hasta ahora, nadie ha podido dar fe total de su muerte. Porque hasta hoy en día muchos aseguran haberla visto, durmiendo a pata suelta, custodiada por sus haciendas mal habidas durante sus mil guerras sin gloria y sus cientos de invasiones ejecutadas a mansalva; revolcándose en su temible e insalvable desprestigio de oligarca y pantera autoritaria; precursora de cualquier crueldad posible y toda iniquidad terrenal. Después de todo, es posible también que efectivamente ya la hayan enterrado. Aunque nadie nunca ha visto su verdadera tumba o ha dado con el lugar donde se encuentra bien, bien enterrado su oscuro y pérfido catafalco de tales y tan tristes historias.

Por Emanuel Garrison

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