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Salvador Allende se invita a las elecciones. Por Ángel Saldomando

El debate sobre el golpe y la dictadura cívico-militar este septiembre ha opacado políticamente el día de la independencia y en perspectiva programática hasta la propia elección presidencial de noviembre. Lo que ocurre es el estruendoso desplome de las justificaciones dictatoriales. Ya era hora. Sin embargo la elaboración de historias acomodaticias patéticamente moralistas y sin arraigo en las causas y con inflación intimidante de los efectos: ruptura, crisis, violencia, para justificar una reconciliación forzada, eluden la pregunta de fondo que sigue pesando: ¿Es posible el desarrollo de una sociedad más democrática e igualitaria en Chile? Los argumentos de ayer y de hoy se vuelven a contraponer no por rencor trasnochado es que se trata de un problema no resuelto. Eso es lo que no se asume y por ello Allende se invita a las elecciones.

“La Suiza de América”

Los relatos oficiales tienen la vida duran porque emanan del poder y ayer como hoy sostienen que, con excepción del golpe y la dictadura Chile, era y es una democracia exitosa que en ese trágico momento no supimos cuidar, por polarización, excesos discursivos y militantes. Tales actitudes eran irresponsables e injustificadas. Visto desde el poder, ayer como ahora, no había urgencias ni situaciones sociales ni políticas particularmente dramáticas. En esta Suiza toda acción que la pusiera en evidencia era una amenaza y una actitud irresponsable.

Pero la historia está hecha también por fuera del relato oficial y esta hablaba de golpes de estado, guerras civiles y frecuentes matanzas y represión a los trabajadores. De constituciones antidemocráticas, jamás aprobadas por la nación y por un necesidad de cambios que respondiera a las necesidades de la mayoría de los ciudadanos.

En realidad la Suiza proclamada no existía, la contestación social que encarnaron diferentes corrientes de izquierda y social cristianas, crecieron a un punto que el relato oficial se quebró. Y la realidad de un pequeño país sin peso estratégico, en el fin del mundo, enfrentado a su historia oligárquica emergió con fuerza. Y ¿Qué hay ahora? La historia oligárquica fue reanudada por la dictadura en clave neoliberal de modernización capitalista. Y ¿Qué nos dicen ahora? Que chile es una democracia exitosa que hay que cuidar. Y ¿Qué hacemos con la sociedad real que tenemos, cuando el relato oficial se quebró nuevamente?

La experiencia de gobiernos reformistas y los extremismos Hay de a poco conciencia nueva sobre el problema pero este es viejo y nuevo a la vez. El presidente Píñera entre dientes lo reconoce en su discurso en la Moneda, Bachelet admite que hay que hacer cambios, hay situaciones que no pueden esperar en la salud, la educación las regiones, los mapuches, la desigualdad social y económica, la constitución.

En esta sociedad de estándar democráticos y sociales tan bajos cualquier cambio suena nuevamente a radicalismo. Pero el pasado vuelve a entrometerse y la encrucijada entre un statu quo tan desigual y la necesidad de cambios vuelve a generar contradicción. La derecha y los conservadores ignoran este dilema. El orden es uno sólo, patrimonio, guardia pretoriana, valores jerárquicos.

Retrospectivamente los que vivían en la Suiza de América acusaron a Allende de radicalismo, a otros de extremismo, son los mismos que alertan sobre el caos si se hacen cambios. Y ahí está la raíz del problema es por hacer cambios que viene la crisis cuando no se acepta que la sociedad se incline por ellos democráticamente.

Era inevitable que la izquierda en esto tuviera dos almas, Allende encarnó mayoritariamente en su campo la opción institucionalista hasta el final, pero era inevitable que otros alertaran frente al peligro y lo hicieran saber. Claro que viviendo en Suiza era difícil aceptarlo. Sin embargo desgraciadamente habían sólidos antecedentes.

Brasil Janio cuadros electo con 46% derrocado en 1961. Joao Goulart sucesor derrocado en 1964. Jacobo Arbenz en Guatemala electo con 64% en 1950, derrocado en 1954. Perón en Argentina electo en 1946 con 52% y en 1951 con 62% derrocado en 1955. Juan Bosch en Dominicana electo con 58% en 1963, derrocado siete meses después. La ola negra de dictaduras duró en toda América Latina hasta 1990. Los programas de casi todos los gobiernos derrocados eran reformas agrarias, derechos sociales, redistribución, democratización, nacionalismo económico y político. Allende no fue derrocado antes simplemente porque no había ganado las elecciones y poco importaba con qué porcentaje.

Una nueva etapa

Pese a todo estamos en una nueva etapa pero los gobiernos electos que intentan cambios se están enfrentando al mismo problema. Las condiciones nuevas le han dado una oportunidad a la política. Fin de la guerra fría, emergencia de nuevas potencias regionales, disponibilidad de recursos financieros, fin de la hegemonía neoliberal, debilitamiento de la hegemonía norteamericana. Ello no evita crisis y recambios regresivos como en Honduras y Paraguay y el intento de golpe en Venezuela, pero puede decirse que la democracia con sus grados de avance y con sus restricciones se ha mantenido y se ha cargado de nuevos valores y exigencias de derechos sociales, étnicos de género, ambientales.

Pero no faltan quienes a falta de invocar la amenaza de los viejos “extremismos” invoquen ahora al populismo al que asimilan todo gobierno que intente cambios progresistas. La amenaza real seguirá estando en torno a los poderes fácticos y a su capacidad de condicionar por la fuerza las opciones políticas democráticas que buscan una sociedad más justa. La solución ayer como hoy no es limitar a la democracia y a los actores en la construcción de una sociedad deliberativa, es desarmar a los poderes fácticos; aunque ninguna sociedad estará a salvo de crisis en el intento.

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