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Simplemente Quino.

Me cuenta mi amigo y enorme fotógrafo Daniel Mordzinski, que el pasado 17 de julio ocurrió algo muy emotivo en El Chiquilín. Para los que no conocen Buenos Aires, El Chiquilín es un templo en el que, bebiendo y comiendo, se practica la más sana y legítima de las religiones, esa que congrega a los amigos para festejar algo, lo que sea, y todo el mundo participa. El pasado 17 de julio un grupo de amigos liderado por Daniel Devinsky, monumento el editor, llegaron hasta El Chiquilín para festejar un año más de un tal Joaquín más conocido como Quino, uno de los hombres más tímidos que se pueda imaginar y al que tuvieron que meter a empujones al mítico restaurante, porque apenas cruzó el umbral estalló un aplauso que hizo temblar la cristalería.

Yo lo quiero, y mucho, de tal manera que me cuesta escribir esto porque sé que si alguna mano le hace llegar estas palabras murmurará: “cortala, viejo, no es para tanto”, e intentará que la conversación vaya por cualquier derrotero menos el que se refiere a él, a todo lo que nos ha dado en forma de viñetas altamente literarias, a todo lo que le debemos, porque gracias a Quino conseguimos mantener viva la sonrisa en los peores años de la historia de América Latina.

Hace algunos años estuvo en Gijón homenajeado por el Salón del Libro Iberoamericano, y aunque la intención era referirnos a toda su obra, porque Quino es mucho más que Mafalda y sus amigos. Quino a viñeteado, mostrado y reflexionado sobre toda la historia del siglo XX, y sin embargo al final se impuso la petisita de pelo negro y terminamos charlando apoyados sobre una reproducción de escayola del personaje.

Durante la charla le pregunté si se imaginaba a Mafalda y compañía con internet, y la sonrisa de Quino, sonrisa larga, sostenida, fue una manera de decir que el mundo no ha cambiado tanto, y por eso mismo sus personajes continúan frescos, inmunes al paso del tiempo, seductores y adorables.

Hoy el padre de Mafalda no hace vigilia en pijama cuidando que los cacos no le roben el flamante citroen dos caballos comprado a plazos. Ahora cuida que no se lo robe el banco. Hoy Manolito no anuncia “lentejas con personalidad” en los muros del barrio, ni pregona las virtudes de la modernidad expresadas en la “Manolo’s Card”, porque el comercio de los barrios muere y con ellos las ciudades. Fiel a su espíritu emprendedor, Manolito patrocinará la ingesta de yogures añejos, indicando que no están caducados sino que tienen pedigree. Y hoy Libertad sigue siendo pequeñita y frágil.

Mi generación encontró en las viñetas de Quino el bálsamo contra muchos dolores, y la comprobación de que el humor siempre es subversivo. En una de sus viñetas de los años ochenta se ve un orfeón militar integrado por tipos grandes, fuertes, visten uniformes prusianos, tocan instrumentos enormes y de sonidos tan graves como sus gestos. De pronto aparece un tipo flaco pero sonriente y que toca un triángulo de metal, apenas una nota, débil, pero presente. Y seguimos tocando el triángulo, apenas una nota, débil, pero presente.

No pretendo hacer un análisis de la obra de Quino porque eso siempre huele a autopsia autocomplaciente y eso no se la hace a un amigo, sino manifestar que sigo siendo un incondicional de todo lo que ha hecho y hace con su lápiz y su ingenio. Y cómo no serlo si por muchas cámaras que vigilen las calles, satélites capaces de contarnos las legañas en tiempo real y eufemismos capaces de “desplazar en el tiempo” los salarios que no se pagan, todavía la policía usa con entusiasmo “los palitos de abollar ideologías”.

En toda la obra de Quino, guste o no guste a quienes decidieron otorgarle el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, hay una crítica feroz a todo lo que está mal, a todo lo que atenta contra la integridad humana, a lo que denigra y hace temer. Pero al mismo tiempo hay un rescate urgente; el rescate de la ternura y de la sonrisa que nos recuerdan la condición humana.

Y cuando a un amigo le dan un premio uno se alegra. Por el amigo.

Luis Sepúlveda

http://www.lemondediplomatique.cl

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