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Tensiones y posicionamientos de las fuerzas políticas ante el escenario político actual. Por Por Andrés Cabrera y Ángelo Narváez

Parte I: Las coaliciones gobernantes

La intensa dinámica registrada en el escenario político durante los últimos meses ha generado diversas reacciones dentro de las fuerzas políticas configuradas a nivel nacional. Este fenómeno, ciertamente, no es gratuito. Por el contrario, obedece a la victoria más importante alcanzada hasta ahora por el movimiento estudiantil, vale decir: la de haber impugnado el funcionamiento del sistema educativo y el modelo que lo sustenta, cuestión que –en un segundo momento de esta apertura en el ciclo político– ha terminado por rebasar los estrechos límites programáticos defendidos por el conglomerado aliancista y concertacionista en el transcurso del los últimos 25 años.

En este sentido, el síntoma de crisis evidenciado en el sistema político tradicional obedece, precisamente, a que éste nunca fue diseñado para que la agenda pública la controlasen fuerzas políticas arraigadas en la ciudadanía. El hacerse cargo de un debate que gira en torno a tópicos tan basales como: Educación Pública, Gratuita y de Calidad; Reforma Tributaria; Fin al Sistema Binominal; Asamblea Constituyente; Reforma (o fin) al sistema de ISAPRES y AFP’s; Renacionalización del Cobre; etc. es, hoy por hoy, el principal problema que detentan las coaliciones políticas gobernantes.

En el lado de la alianza, los grados de conflictividad internos asumen ribetes muchos más profundos, ya que se han vuelto transparentes a la ciudadanía. El período en el cual aún era factible centralizar mediaticamente las tensiones de la coalición en el “choque de personalidades” mantenido por sus figuras políticas más relevantes ya ha finalizado (su última expresión fue la disputa mediática entre Allamand y Lavín una vez confirmada la victoria de Longuera en las primarias). Ya no se puede esconder bajo la alfombra la inmensa polvareda levantada tras el pacto entre RN y la ‘oposición’ –urdido a espaldas de la UDI y el propio gobierno- cuya finalidad, al menos en términos discursivos, es reformar el binominal. Es dentro de esta distención de las relaciones RN-UDI que la candidatura presidencial de Evelyn Matthei emerge como una vendetta política que tardó veinte años en fraguar, desde el “Piñeragate” hasta la declinación de Pablo Longueira en la disputa por La Moneda.

Estos antecedentes (de seguro se podrían incluir otras ejemplificaciones, sin embargo le dejamos la grata tarea al duopolio de la prensa escrita) comienzan a develar el problema de fondo que actualmente se arraiga en la derecha: la formación de dos apuestas estratégicas altamente incompatibles ante la consolidación de una nueva agenda pública que ha puesto en tela de juicio el funcionamiento del modelo neoliberal y su sistema político asociado: una de ellas, representada por la UDI, apela al contenido más dogmático de la derecha chilena; aquella que apuesta por una moralidad ultraconservadora que no tiene reparos en negar la posibilidad de abortar a una niña de 11 años que ha sido violada; tampoco, en seguir manteniendo los profundos impactos sociales provocados por la ‘desideologizada’ liberalización de la economía que pretende licitar incluso, hasta los mismos hospitales públicos. Por su parte, la estrategia encarnada por RN; apuesta por efectuar pequeñas concesiones a la masificación del descontento social, llevando a cabo limitadas y superficiales reformas político-económicas con el objeto de disminuir la efervescencia social hasta ahora alcanzada. La preocupación por reformar el binominal se ha hecho patente: dicha jugada operaría como una válvula de escape a la creciente presión ejercida por la vía asambleísta constituyente planteada (con muy evidentes variaciones) por la centro-izquierda y las izquierdas extraparlamentarias.

Si se observa con atención, el gran mérito del triunfo de la UDI sobre RN en las primarias, fue el de crear un desplazamiento al centro –meramente discursivo– sin tener la más mínima necesidad de hipotecar su larvado dogmatismo: he ahí la astucia de una apuesta como la del centro social, una táctica rimbombante, pero vacía de contenido.

En el lado de la Concertación (hoy autodenominada como Nueva Mayoría) las tensiones políticas también se hacen sentir, aunque sin el estruendo mediático provocado por la Alianza. Michelle Bachelet, sigue siendo el paradigma que mantiene eclipsadas las disputas al interior de su coalición. No obstante aquello, la pregunta que es necesario hacerse no refiere al cómo su figura ha logrado dejar en la penumbra las tensiones, sino hasta cuando seguirá haciéndolo. Una mirada más acuciosa, nos permitirá observar que las reuniones entre Camilo Escalona y Gutemberg Martínez (“dirigentes históricos” del PS y la DC) tendientes a conformar una alianza para garantizar la gobernabilidad son paralelas a las propuestas de una camada de jóvenes tecnócratas –de tendencia socialista, pero que perfectamente pueden inclinar la balanza hacia el PC–, que apuestan a llevar a cabo reformas importantes al interior del sistema político (proponiendo incluso una Asamblea Constituyente que, aunque siempre dentro del plano de la institucionalidad, promueve de igual forma la polarización en la toma de posiciones dentro de la arena política).

Tal como está la situación, todo parecería indicar que la balanza comienza a cargarse hacia un centro neutralizador reformista ¿No fueron acaso las recientes declaraciones de Bachelet –altamente contradictorias con los ofrecimientos de campaña anteriores a la primaria– una muestra de que el “gallito” lo comienza a ganar el centro? ¿Y que tal si miramos los nombres de sus asesores que ya comienzan a proyectar sus próximos trabajos ministeriales? O ¿Acaso su prolongada estadía vacacional de 12 días en Nueva York –que ha pasado prácticamente desapercibida ante tanto polvorín aliancista– no da cuenta de una táctica que intenta dilatar las discusiones programáticas manteniendo a Bachelet herméticamente y pulcramente alejada de la actual contingencia política?

Si perdemos algo de nuestra ingenuidad política y la re-emplazamos por algunos retazos de nuestra historia reciente, podremos al menos considerar que el argumento planteado por el “martinizmo-escalonista” no es otro que el planteado por las dirigencias concertacionistas al movimiento popular en el proceso transicional: aquel que termina apagando el fulgor de las jornadas de protesta que desestabilizan la dictadura militar entre los años 1983-87 y que llevo a las dirigencias políticas a pactar concertadamente ‘por arriba’, desestimando y excluyendo la democratización promovida por el movimiento social ‘por abajo’. La fórmula no se debe olvidar: “debemos consolidar la estabilidad social postergando los avances en materia de democratización política, económica y social”.

Sabemos las consecuencias alcanzadas por este proceso; en la supuesta “teoría del chorreo”, el vaso que acumulaba el mejoramiento en la calidad de vida de la población tenía un socavón que terminaba inhibiendo sus avances transformadores (es por esto que “la alegría ya viene” nos suena a farsa o chiste de mal gusto); peor aún, hoy nos percatamos que dicho forado tenía drenes que, amparados en la constitución, devolvían los escasos recursos obtenidos por los sectores medios y populares a los bolsillos empresariales. Los mismos que hoy, asisten a clase de ética empresarial. ¿Qué hacer? He ahí las problemáticas y desafíos que las izquierdas extraparlamentarias y los movimientos sociales contemporáneos deberán asumir con total vocación contra-hegemónica.

Andrés Cabrera y Ángelo Narváez son miembros de la Universidad Popular de Valparaíso

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