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UNA NUEVA FUERZA PARA CHILE. Difícil pero no imposible. Por Carla Amtmann

El nuevo periodo que se abrió tras las movilizaciones del año recién pasado, el cual ha estado marcado por una profunda deslegitimación del modelo político imperante y una voluntad por expresar de manera colectiva el descontento, se ha entroncado con coyunturas electorales que han hecho mucho más visibles los procesos de rearticulación política que se están efectuando para hacer frente a esta realidad.

Las elecciones municipales -con la abstención como protagonista-, fueron un excelente termómetro para los proyectos que se comienzan a fraguar con nitidez, en donde si bien hubo valerosos intentos desde la izquierda fuera del eje concertacionista por mostrar alternativas comunales, quedó en evidencia que aún no hemos tenido la fuerza para dar a luz una alternativa real y con proyecciones a nivel nacional en base a las necesidades de la población.

Por ello, la posibilidad que una Concertación ampliada pueda seguir existiendo a través de la canalización del temor al mal mayor y con el apoyo –en descenso pero existente-que tiene el Partido Comunista, es tan real como el hecho que Michel Bachelet vuelva rodeada de un halo de respaldo social y político que la corone como una presidenciable salvadora.

Ante esto, si bien esta apuesta concertacionista nunca podrá ser una posibilidad real para las demandas populares, ya que la fuerza del bloque PS y DC -reafirmada con los resultados electorales-, junto con las presiones empresariales y extranjeras son más fuertes que cualquier otra presión desde fuera o desde dentro, tenemos el peligro de no ser capaces de posicionar desde la izquierda una posibilidad de gobierno radicalmente distinta a las opciones de gobernabilidad neoliberal.

Si el legado más importante de la dictadura fue el neoliberalismo, el de la Concertación fue su legitimación, y si bien ya hemos ido avanzando en el debilitamiento de la herencia concertacionista, tenemos la ardua tarea de trazar los horizontes –y por ende el camino- para terminar con lo que la dictadura legó. Y en este cometido, el rol de la Concertación como agente de contención para asegurar la paz social es tan dañino como el rol que ha ocupado la Derecha. Y por consiguiente el hecho que la Concertación reaparezca con vitalidad –sea más inventada que real- atrasa las posibilidades de impulso político para la izquierda, y por ende dificulta el objetivo de terminar de raíz con el neoliberalismo.

Sabemos que hoy no estamos ad portas de un triunfo popular de una magnitud tal que permita ser gobierno, -la construcción y fortalecimiento popular junto con la fuerza orgánica y política desde la izquierda aún están inmaduras-, pero sí tenemos la necesidad y oportunidad de fraguar las bases de una alternativa que en un mediano plazo pueda posicionarse como una gran fuerza a nivel nacional, sin hipotecarle poder a nadie, sólo debiéndose al pueblo y sus demandas.

Es así que estamos ante un contexto en donde la izquierda encuentra múltiples alternativas para seguir avanzando. Ya no estamos en la década de los 90’donde las principales preocupaciones estaban puestas en una rearticulación y sobrevivencia orgánica junto con una búsqueda de los horizontes políticos arrebatados. Tampoco en la primera década del siglo XXI en donde nuestras principales fuerzas y preocupaciones estuvieron en lograr una inserción social y política en distintos sectores impulsando así luchas sociales. Sino que está puesta, tras el año 2011, en una consolidación de los espacios de avanzada, en una construcción con mayores posibilidades de disputa de poder local, sectorial y/o nacional, y por tanto también con muchas mayores preocupaciones a nivel programático y movilizador. Con todos sus matices, con todas las distintas historias y legados, todas las izquierdas con voluntad revolucionaria estamos atravesando por nuevos desafíos.

Es en este contexto entonces -nueva etapa para la izquierda, amenazas desde el bloque concertacionista y coyunturas de gran relevancia-, que los debates en torno a las posibilidades para construir una alternativa son los que se han tomado la mesa, y se tornan discusión del día a día entre nosotros.

Pues bien, para que salgamos victoriosos, y por tanto logremos construir una alternativa política con proyecciones hacia el nuevo periodo, es necesario que dicho debate se logre llevar de la mejor manera. Muchas veces tenemos la costumbre –mala en general- de escuchar nuestros propios argumentos, buscando por sobretodo sus diferencias en relación al otro. Hoy tenemos que hacer todo lo contrario.

Para ello a continuación espero contribuir de manera sintética en tres aspectos en los que considero debe girar el debate determinante. Digo determinante, en el entendido que serían estos los ejes que podrían permitirnos vislumbrar cómo y con quiénes construir unitariamente para el próximo periodo. Así con todo, los aspectos centrales considero que son los siguientes:

Una construcción programática con énfasis en las transformaciones estructurales. Por varios sectores se ha buscado poner énfasis en las trasformaciones políticas para ampliar los espectros de la participación democrática; el cambio al sistema binominal o los procesos de participación desde la población se posicionan como ejes centrales de aspectos programáticos a debatir. En esto es necesario que desde la izquierda nos posicionemos con claridad; las transformaciones políticas son más que urgentes, de hecho es una Asamblea Constituyente la que clama por ser realizada para terminar con la Constitución dictatorial, pero estas no han de hacerse por meros arreglos cosméticos en relación a la participación, -que en muchos casos puede entramparse en un juego legitimante del modelo actual- sino que ha de contener un énfasis por sobre todo, en las transformaciones económico-sociales.

Hoy tenemos la tarea de construir un nuevo proyecto histórico para Chile, y por tanto eso incluye necesariamente un nuevo orden económico y social. Este ha de ser nuestro horizonte, que tal como se ha demostrado con la demanda por la educación gratuita, al ser trazado marca profundas diferencias con los pasos y caminos a tomar en el corto andar.

Si sólo se apuesta por hacer transformaciones políticas a un modelo económico y social neoliberal, se contribuye a volver cada vez más difusos nuestros horizontes estratégicos. Las transformaciones políticas las debemos hacer de la mano de un nuevo proyecto histórico, ya que la contradicción central no está –como dicen algunos- entre neoliberalismo y democracia, sino que entre aquél y el socialismo. Por ende, un debate central deberemos ponerlo en cómo consideramos que ha de ordenarse económica y socialmente nuestro país, el rol de la propiedad privada y de la industria, la forma de extracción de materias primas, la forma en que han de desarrollarse los derechos sociales, etc.

Definir quiénes son nuestros amigos y nuestros enemigos. Durante los meses previos a las elecciones municipales se terminó por llevar el debate –con múltiples intereses y concepciones ideológicas de promedio que propiciaron a ello- hacia el rol de la institucionalidad en el marco de la lucha política desde los movimientos sociales.

Este si bien permitió avanzar en madurez en muchos sectores, y junto con ello reafirmar planteamientos en otros, diluyó un foco mucho más gravitante que este, el cual está puesto en quienes consideramos que han de ser las fuerzas políticas y sociales con las que podemos construir y con las que no podemos. Las formas de lucha deben siempre quedar supeditadas a las proyecciones estratégicas y al escenario político por el que se atraviesa, por lo tanto hoy debemos centrar el debate en esos aspectos.

Así una definición central para la construcción de una alternativa política desde la izquierda está puesta necesariamente en el rol que le otorgamos a los proyectos socialdemócratas, y principalmente en esto a los partidos de la Concertación. Ya que si bien esta coalición se verá modificada en los próximos meses, se ampliará e incursionará en nuevas prácticas democráticas internas para dejar espacios a nuevas fuerzas, sus ejes programáticos al no plantear una transformación radical al modelo actual, lo único que aportan es contención y desorientación a la fuerza popular.

No podemos construir una fuerza que renuncie o negocie sus horizontes de lucha pensando en pasos tácticos para el crecimiento de fuerza propia. Ya que una fuerza propia –incluso más robustecida tras esos acuerdos- no asegura avances si los horizontes en ese proceso se han hipotecado, y por tanto claudicado antes de echarse a andar.

La preocupación ante la coyuntura es estratégica. Nunca debemos perder de vista que nuestros objetivos son subvertir el orden establecido, y que por tanto para ello es necesario mucho más que un espacio en el parlamento o una candidatura presidenciable. Lo que requerimos es la construcción de una fuerza popular que esté cimentada en una férrea organización del pueblo, en donde todos los espacios genuinos de lucha y defensa de las demandas populares sean fortalecidos –sindicatos, juntas vecinales, federaciones, centros culturales, movimientos medioambientales, etc.-. Y que además dicha fuerza cuente con expresiones político sociales organizadas tras un programa que encarne un proyecto histórico nuevo.

Si perdemos de vista esto, será fácil que muchos se confundan y terminen apostando por una construcción coyuntural y meramente electoral, cuando en realidad lo que nos dará la victoria será necesariamente una proyección y expresión política como alternativa que tenga una férrea inserción y capacidad movilizadora. Es el pueblo chileno en su conjunto, y dentro de este por sobre todo los trabajadores y trabajadoras, los que deben estar organizados para hacer frente a los grandes mandatos de la historia.

Los próximos años deben ser de mayores movilizaciones sociales, deben ser de fortalecimiento de las organizaciones populares y de una disputa abierta y decidida al sentido común. Sólo si esto está bien establecido en nuestros fundamentos, podremos enfrentar con mirada estratégica los desafíos que tenemos como izquierda en el corto y mediano plazo, abriéndonos camino también a contiendas electorales.

Una alternativa no son sólo liderazgos, no es tampoco sólo un programa, ni una mera expresión electoral. La alternativa que debemos levantar es por sobretodo una construcción política que apuesta por la organización y movilización, y que en eso comprende que son dichos ejes los que deben construir proyecciones políticas que permitan llegar a cada vez más sectores de la población.

El debate debe estar entonces en la gran tarea de hacer nacer una nueva fuerza para Chile. En ello debemos empeñar parte importante de nuestros esfuerzos, sino vendrán otros a cambiarlo todo para que todo siga igual.

Carla Amtmann Fecci. Ex Presidenta FEPUCV 2008-2009. Actual miembro de la Universidad Popular de Valparaiso y del Comité de Solidaridad con Palestina. Egresada de Pedagogía en Historia, Geografía y Ciencias Sociales

publicado en www.dañoestructural.cl

http://www.carlaamtmann.blogspot.com

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