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Visualizar obliga a visibilizar. Por Juan G. Ayala

Toda violación deja huellas, lo fue en la Europa medieval cuando las abadías y conventos eran mancillados por ejércitos o mercenarios, lo es hoy cuando la fuerza policial entra a un claustro universitario. Tanto el claustro monacal como el universitario debieran ser sagrados, en ellos se contempla lo sagrado, que siempre es inasible, porque no se concreta ni comparece corporeamente, siempre se visualiza pero no se ve. Es inasible, no se alcanza, siempre se escapa. En el claustro se trabaja en imposibles, en ideales, es formativo por definición. Empero siempre la búsqueda intelectual se expone a la contradicción entre lo abstracto y lo concreto, que es también entre lo visualizado y lo visto, un ver interior siempre supera al ver exterior. Pero en este trabajo intelectual indefectiblemente lo único que se ve es lo que está afuera, la única fuente informativa es la que admiten los sentidos, y los sentidos nos dicen que la vida no es justa. Refrendamos: en el claustro se trabaja sobre ideales, es decir desde ideas, pero la única manera de probarlas, de verlas como cosa no como idea, es afuera del claustro, no visualizándolas dentro de él.

En el fondo en cada repulsa expresada en los claustro universitarios, lo que comparece es la necesidad de ver concretado afuera, lo pensado dentro de los muros claustrales. Esa necesidad académica es concreta, no es una entelequia. Cuando las universidades pasan del silencio monacal ordinario y se expresan extraordinariamente, lo hacen porque el silencio claustral ya no basta, no es porque quieran gritar arrebatadamente. Igualmente suponer que la denuncia universitaria está mediatizada por intereses inmediatos, es desconocer lo propio de lo universitario. La universidad quiere volver a su silencio académico, pero como un académico es ante todo una persona en el mundo, debe momentaneamente silenciar su silencio y levantar la voz. Y los primeros en hacerlo por sus tiempos universitarios más inmediatos y por la libertad otorgada por la juventud, son los estudiantes de pregrado. Su mochila de la vida es más liviana que la de sus profesores, quienes en la mayoría de edad intelectual cuando son consecuentes con el sentido de la universidad, ocupan otros caminos para el mismo fin, cual el más importante es la idoneidad de la cátedra y de la investigación.

Atendido entonces el peso ético de la Universidad y el valor intangible de sus claustros, se puede entender que la repulsa expresada desde ellos es solo el ápice de la denuncia ante la injusticia. Irrumpir en un claustro no destruye las ideas, decíamos que estas son inasibles, no se pueden quemar ni golpear, están más allá de ello. Al contrario al calor de la violación, las ideas se pueden desarrollar a un nivel de peligro social. No entrar violentamente a un claustro es dejar que las ideas que de allí emanaron a la ciudad, se integren con las cosas reales, distribuyéndose cambian su identidad de cosa pensada a cosa real, se socializan y se comparten, se corrigen o se desechan. Es como la energía que cambia de estado, no se pierde solo se transforma. La violación de un claustro genera más energía contenida en un mismo espacio, y su explosión deja huellas visibles reales y concretas, no es solo una visualización académica.

Juan G. Ayala, Profesor Departamento de Estudios Humanísticos, Universidad Técnica Federico Santa María

24 de junio de 2013

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