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Voto sin fusil. por Alicia Gariazzo

Después del 26 de julio de 1959, los jóvenes del mundo pensaron que tenían el futuro en sus manos, que después del ejemplo de un grupo de valientes cubanos que habían derrotado a una dictadura cruel, podrían triunfar contra la injusticia social solo con el acto de levantarse en armas. No importaba si eran pocos o débiles, bastaba con ser puros, confiar en que la nueva sociedad traería consigo al hombre nuevo y ser realistas pidiendo lo imposible. Así, en América Latina, algunos comenzaron a buscar las formas de iniciar focos guerrilleros en la selva, el campo o las montañas, otros se embarcaron en la discusión de los textos marxistas sobre lo que era más correcto teóricamente: el foco o la insurrección general al estilo soviético. Entre ellos se acusaban de reformistas, revisionistas o de izquierdistas infantiles. En esos años se rendía culto a la teoría, los jóvenes estudiaban mucho y se creía que mientras más se respetaran los escritos de los próceres marxistas, más asegurado estaba el triunfo de las grandes masas. Masas que serían dirigidas por “la vanguardia” formada por los más fieles a la teoría, lo más puros y los más entregados a la causa revolucionaria.

Chile, siempre más ordenado que sus hermanos latinoamericanos, vivió más el discurso que la lucha guerrillera propiamente tal. Como máximo, sectores del Partido Socialista iniciaron algunas acciones de toma de fundos o instalaron algunas carpas en la cordillera para entrenarse. El Partido Comunista, uno de los más fuertes del continente, rechazó la guerrilla o cualquier forma de lucha armada. En el marco de la coexistencia pacífica que impulsaba la URSS, asumió la Vía Pacífica al Socialismo, personificada en Salvador Allende y la Unidad Popular. El PC intentó durante toda su historia, lo recién logrado en 2013, conseguir una alianza con la Democracia Cristiana, ya que consideraba que había que unir las más amplias fuerzas contra el enemigo principal, que lo conformaban el imperialismo y la oligarquía.

Dentro de la UP algunos sectores del PS y el MAPU estuvieron a favor de la lucha armada y en el PS hubo fieles seguidores de la Revolución Cubana. Pero, dichos sectores, más otros que constituían los más radicales del país, como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, que no era parte de la UP, nunca contaron con la capacidad para enfrentar el poderío de las FFAA chilenas, inspiradas en el Ejército Alemán en su organización y hasta en sus uniformes. El MIR, antes del triunfo de 1970, agitaba la consigna LUCHA ARMADA ÚNICO CAMINO y al triunfo de Allende el 4 de septiembre de 1970, la transformó en VOTO MÁS FUSIL. Después de que la derecha asesinara al General René Schneider para impedir la toma del Gobierno por el Presidente electo, el MIR, pese a considerarlo reformista, se puso a su servicio para cuidar su seguridad con cuadros militantes armados que lo protegieran. Asumieron el nombre de GAP, Grupo de Amigos Personales y arriesgaron su vida por Allende hasta el mismo 11 de septiembre de 1973.

Los años siguientes mostrarían que muy pocos de los escritos marxistas se cumplieron en el plano político en el mundo. En ellos se sostenía que la dictadura del proletariado, la dictadura de la mayoría sobre la minoría, sería transitoria. Que desaparecería después de socializados los medios de producción. De las entrañas de la vieja sociedad nacería una sociedad sin clases y un hombre nuevo, donde el hombre sería libre, aportaría según su capacidad y recibiría según sus necesidades. Nada más lejos de lo ocurrido en la URSS donde la burocracia dominó todo sin la más mínima alusión al hombre nuevo. Luego del stalinismo, que solo habría sido una excepción debido a la guerra mundial, las formas dictatoriales continuaron en dicho país y en los de su órbita. Más aún, este país invadió a algunos de ellos en nombre del socialismo. Actualmente lo sigue haciendo. China, que nunca inspiró a grandes sectores en Chile debido a la superioridad cuantitativa del PC que seguía a la URSS en su conflicto con dicho país, tampoco se caracterizó por construir una sociedad sin clases, ni menos crear un hombre nuevo, prueba de ello es la economía esclavista actual, sin respeto a derechos humanos, sindicalización, o leyes laborales. Cuba, amada en la izquierda por su debilidad, por su cercanía al imperialismo, por su sufrimiento y por su ejemplo en igualdad y austeridad, aunque instauró un tipo especial de democracia como proclamaban sus adeptos, también desarrolló formas dictatoriales injustificables, como la persecución a intelectuales, a homosexuales y por supuesto a opositores humildes.

Todo esto despojó de banderas de lucha a la izquierda chilena. En el Chile actual ya nadie habla de socialismo. A comienzos de los 90 aparecieron “los renovados” en el PS, sin aclarar lo que eso significaba, salvo que ya podían aliarse con la DC, partido que habiendo apoyado el Golpe de Estado, ahora defendía la democracia. El PC tampoco es explícito ni autocrítico respecto a sus ídolos del pasado, aunque algo se vislumbra cuando saluda para su cumpleaños al líder dinástico y retardado Kim Yong Un. Así, no se conoce la postura de la izquierda respecto al modelo de sociedad que instaurarían de llegar al poder, no hay autocrítica y ya no se habla de lucha armada.

La derecha no se arrepiente de la masacre que inició el 11 de septiembre. Incluso Piñera que fue antigolpista, ahora ya no se pronuncia al respecto. Ninguno de sus sectores rechaza una nueva aventura golpista y cuidan extremadamente a las FFAA, siempre listas para ofrecer sus fusiles. Tampoco critican al fracasado neoliberalismo. Algunos, como Ossandón, rechazan el actual “capitalismo salvaje”, pero no describen el capitalismo que defienden. Respetan los compromisos contraídos con los que los ayudaron a dar el golpe, con jubilaciones, prebendas, o favores y defienden que los más ricos no sean tocados, adjudicándoles la cualidad de “dar empleo” con sus inversiones. Los nuevos grupos de derecha como Evópolis, Amplitud y Ciudadanos tampoco son claros en el modelo de sociedad al que aspiran. Sabemos que no quieren el socialismo, pero fuera de algunas diferencias en asuntos valóricos, en el fondo, todos los sectores del conjunto de la derecha chilena aún coinciden con los sectores más duros de la UDI representados por José Antonio Kast, aunque tampoco ello está explicitado.

La izquierda ni siquiera puede imaginar, con armas o sin ellas, tener la capacidad para derrotar a los dueños del país, especialmente a las ocho familias que se encuentran en la lista de los más ricos del mundo. Su poder es omnipotente y fue fortalecido durante los años de democracia. No obstante, renunciar a la violencia para obtener la victoria política, los obliga a intensificar el diálogo y a llamar las cosas por su nombre. Quizás, con ciertos compromisos con los grandes, se les podría motivar a que disminuyeran en parte sus utilidades escandalosas y a que respetaran las leyes más elementales del mercado. Si se les promete que no van a ser expropiados, posiblemente podrían demostrar cierta generosidad con los más débiles.

La izquierda ya no pretende dar al Estado un rol de administrador de medios de producción, es decir no busca la estatización, tampoco volver al Estado del Bienestar, pero es evidente que el papel subsidiario que la actual Constitución le entrega no es suficiente para manejar el país, aunque solo sea en la búsqueda de la eficiencia. En el futuro inmediato, Chile necesitará mucho diálogo, planificación y coordinación para compensar los impactos de la cuarta revolución industrial que disminuirá drásticamente los puestos de trabajo. Un Estado de nuevo tipo deberá proteger y estimular con apoyo técnico y económico a los nuevos emprendedores, a las MIPYME, a los desempleados, a los ancianos muertos de hambre cuya longevidad aumenta exponencialmente.

Aparentemente, ni la izquierda ni la derecha, creen en paradigmas. Nadie tiene un sueño, ni una concepción de sociedad ideal. Todos quieren hacer pequeñas modificaciones, que no afecten a los grupos económicos y donde, en los personal, no sean perjudicados.

Estas similitudes pueden hacer más fácil que en el pasado llegar a acuerdos para poder avanzar. Conversar, llamar a las cosas por su nombre, comprometernos y dialogar no es tan glamoroso y excitante como las luchas de los 60, pero será la forma de sobrevivir en las nuevas condiciones, recrear nuevas posibilidades, inventar olvidando manuales, pero manteniendo siempre en alto las banderas de la solidaridad y el bien común

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