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Xenofobia y racismo: ritual sociopolítico selectivo estructural del norte de Chile. Por Damir Galaz-Mandakovic

Los colombianos y el “fenómeno” xenofóbico del cual sufren en la actualidad en el norte de Chile, recuerda el mismo proceso vivido por los chinos en los principios del siglo XX: discursos raciológicos, discusiones sanitarias, acusaciones de competencia “desleal” en lo laboral, llamados al “control” de la inmigración o “menoscabo de la raza chilena”.

Paralelamente a este proceso, otros inmigrantes poseían muchas facilidades para el emprendimiento: ingleses, yugoslavos, griegos, españoles, estadounidenses, italianos, alemanes... muchos de ellos pasaron de tener sólo pasaporte a niveles de acumulación financiera exacerbados. Sin duda que operaban, y facilitaban esto, el imaginario referido a la supuesta superioridad europea. Partiendo por la diferenciación fenotípica entre migrante y autóctono. Básicamente determinada por el color blanco. Contribuía en ello el proceso de chilenización, que intentó despreciar la figura del nativo, del nuevo nortino, además de las teorías evolucionistas y positivistas. Ese mismo imaginario, era eurocéntrico, y contemplaba a Europa como cuna de la civilización y desarrollo. Aquello dio paso a una estratificación social muy marcada: los inmigrantes blancos se vincularon con la elite y se diseminaron en ella. Los inmigrantes ingleses ya habían financiado la Guerra del Pacifico y se adueñaban del salitre: se imprimía en el norte el carácter imperial que Inglaterra diseminaba en el orbe.

Al mismo tiempo en que se recibía con “alfombra roja” a los europeos, en estos territorios englobados actualmente en el Norte Grande chileno –incorporados a la nación a finales del siglo XIX después de los conflictos bélicos con los vecinos Bolivia y Perú– los habitantes nativos se transformaron en “extranjeros” para el Estado chileno. Los “inmigrantes”, los chilenos, pasaban a ser los dueños, los locales. Ayudaban en el hostigamiento hacia los peruanos y bolivianos las Ligas Patrióticas, grupos caracterizados por su xenofobia, racismo y nacionalismo que, reunidos a modo de paramilitarismo pandillezco amparados en el matonaje, se dedicaron básicamente a acosar y maltratar a peruanos y bolivianos.

El peruano y el boliviano se convirtieron en “los otros” para Chile. Ante ello, en el proceso de “chilenización” que en la práctica significó una transformación cultural profunda expresada en el cambio de nombre de las calles, la implementación de una nueva escuela pública, una nueva iglesia y la presencia del ejército, muchos “ex bolivianos”, o forzosamente chilenos, tuvieron que huir. Por ello, hablar de migración en el norte de Chile es un concepto que debe ser revisado, o deconstruido al menos cuando hablamos de los peruanos y bolivianos. Porque una línea imaginaria impuesta con sangre derramada no modifica las prácticas y las relaciones culturales transfronterizas.

Estos imaginarios y herencia de la Guerra del Pacifico siguen vigentes, y se recuerdan con los peruanos, bolivianos y ahora colombianos, apartados y criminalizados por las señales visuales que dan sus corporalidades: el fenotipo y su color. Todo bajo el supuesto de una sociedad chilena “blanquecina”. Contribuye en ello la historia nacional (basada en mitos oficiales) la escuela, la televisión y los políticos sandios.

Estos imaginarios de superioridad atribuido a los inmigrantes europeos, contribuyeron a ciertos desbordes comunitarios en el norte: de la mano de los inmigrantes se vivieron verdaderas revoluciones industriales, mecánicas o tecnológicas. La diferencia entre el allegado y el local se evidenciaba por las tecnologías caseras, el acceso a los automóviles, la arquitectura monumental, los mejores juguetes, la adquisición de productos alimenticios exclusivos, la conservación de frutas y hortalizas en grandes refrigeradores durante todo el año, las actividades de ocio, las fatuas fiestas, las vestimentas importadas, los viajes de vacaciones. En fin, muchos elementos que marcaron una gran diferencia entre el nortino, marcado por su “morenidad”, y el europeo de gustos ostentosos, a su vez diferenciador fenotípico con el autóctono. Acaso, ¿los nortinos se sintieron discriminados o desplazados en su propio espacio? Estos inmigrantes se transformarían en el transcurso de su estancia en los empleadores. Transformándose en la elite local y regional, vinculada a la política, comercio y empresariado. Todo era legitimado en base a su origen y carácter “blanquecino”.

Todo este escenario de carácter multinacional acontecido en el norte, en donde cada una de las colonias de inmigrantes europeos se encapsularon en sus actividades pero repercutiendo firmemente en los devenires económicos de los locales, fue la expresión de un norte fragmentado. Los nortinos convivieron con una brecha cultural y económica que los distanciaba.

Los chinos siempre fueron estigmatizados. La presencia china se acompañó del surgimiento de una mirada autóctona de desprecio y rechazo, debido a que para algunos estos inmigrantes podían, potencialmente, “degenerar” la llamada “raza chilena”. Los que realmente riñeron con estos inmigrantes fueron los pertenecientes al comercio establecido, ya que los orientales comenzaron a instalar negocios ligados con la venta de carne o con la venta de comida, amenazando, a través de la competencia, las ventas del comercio local. Además tuvieron que aguantar proyectos de ley para expulsarlos, para cerrarles las puertas, la exigencia de un “pasaporte sanitario”, burlas de los grupos de teatro, etc. Ante la hostilidad, se agruparon, se organizaron y que buscaron poseer legitimidad social. Surgió el establecimiento de relaciones entre ellos y con los chilenos, llamada en la cultura china como “guanxi”, y buscaron la construcción de una “cara” “mianzi”, para obtener un prestigio. Por ello fueron los que siempre andaban realizando donaciones, grandes fiestas, y fueron acumulando grandes riquezas gracias a sus negocios.

Un modo de inscripción cultural de los chinos en la sociedad receptora capitalista. Capitalismo que en la actualidad sirve de escenario ante los mismos flujos poblaciones transfronterizos de antaño, estimulándose las mismas disputas y desbordes factuales y discursivos. Las mismas criminalizaciones y odiosidades ante personas con trabajos precarios. El eterno ataque a pobres que no se condice con la permisividad hacia el inmigrante rico, aquel macro extractor del cobre. El imaginario sigue operando selectivamente, ante una violencia de Estado y también mediática que recurre a cada instante, selectivamente, a chilenizar nuevamente los territorios del norte. Paradoja estatal resuelta ante el entreguismo aplicado a los minerales. Resuenan y se renuevan a cada instante esas fútiles apologías de “raza chilena” en el norte Chile, se re-construyen como enemigos los peruanos y bolivianos, adicionándose por ahora los colombianos.

Damir Galaz-Mandakovic Fernández

damirgalaz@gmail.com

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