En kioscos: Abril 2024
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

“Yo nunca he sido marxista…” Por Eduardo Valenzuela

Es interesante leer, de vez en cuando, lo que dicen algunos hombres políticos en el país. El senador Guido Girardi salió a responder a las críticas de Ricardo Lagos. Lo que dice Girardi es una muestra de lo que pasa con la política hoy en Chile. Existe una gran confusión, se utilizan palabras que han perdido sentido, o se dice algo para no decir nada, o se asumen posiciones para parecer de progreso o progresista, o se inventan figuras huecas para aparecer como alguien que tiene ideas, o se acusa a otros de tener ideas revenidas o trasnochadas, o se denuncia a la socialdemocracia mundial por sus fracasos, o se escribe o dice algo incomprensible como “no veo en muchos de los que nos critican haber instalado ningún tema de ciudadanía, no haber luchado por ninguno de estos grandes desafíos, que es unir la política con la ciudadanía”, o se confiesa algo que a nadie le interesa y que nadie ha preguntado: “yo nunca he sido marxista”. Con esta confesión el senador cree lograr una adhesión de todos los sectores más rancios del país, de los más anticomunistas. Esta frase de Girardi es vacía y sin perspectiva, pero es un signo enviado a algunos sectores de la opinión pública. El sabe lo que hace. Quizás Girardi no ha entendido aún, que las significaciones marxismo y comunismo están ligadas, pero que éstas no son sustituibles. Yo prefiero la proposición de Derrida (1930/2004): “Será siempre una falla de no leer y releer Marx. Será cada vez más una falla, una falta de responsabilidad teórica, filosófica, política”.

En todo caso la idea de unir la política y la ciudadanía es bastante antigua, y no se ve cómo con este tipo de ideas “revolucionarias” se podría cambiar algo en Chile. Me parece que el problema va por otro lado, y es el haber renunciado a todo proyecto de cambio del sistema actual. No hay una posibilidad dialéctica de la política en Chile, no hay oposición de ideas, no hay alternativas contradictorias, no hay posiciones contrarias. Todos los políticos, o casi todos, piensan de una manera similar, o comparten una gran parte de las ideas que están sobre la mesa. Es decir están de acuerdo sobre demasiados puntos. Este solo hecho debería alertarnos, preocuparnos, cuestionarnos, si es que estamos de acuerdo en que la política es el lugar de confrontación de diferentes políticas. Debemos ser capaces de diferenciar Lo político, La política y Las políticas. Se puede pensar que no debemos compartir con el enemigo las mismas ideas sobre lo que es posible o no.

¿Cómo se puede hacer política así? ¿Cómo se puede imaginar crear movimiento a nivel de las ideas sin contradicción? Porque hay que decir que los pequeños intercambios entre Lagos y Girardi, y otros de esa índole, no prometen un gran cambio de la situación actual. Así, parece importante pensar cómo se podría avanzar sin renunciar, sin abandonar todas las posiciones históricas de las clases desposeídas, teniendo como objetivo la creación de una sociedad diferente, donde el capital no sea Dios, imaginando una nueva alianza entre las fuerzas populares, los estudiantes y los proletarios nómadas. Si no se tiene como objetivo cambiar el sistema, para lo único que sirve la política, entre fuerzas que piensan fundamentalmente lo mismo, es para gestionar el poder, para utilizar el poder. No vamos en esta ocasión hablar de todos los problemas que ésto trae consigo (SQM, Panamá papers, etc.).

Si seguimos el pensamiento de Alain Badiou (1927), hay cuatro puntos sobre los cuales se debería ser intransigente, si queremos comenzar a reconstruir una alternativa diferente. Por el momento poco importa cómo la llamemos, en todo caso se trata de una alternativa que cambiaría los fundamentos de la sociedad actual. Debemos reconocer que los estados terroristas que se instalaron en muchos países llamados “socialistas” crearon la misma situación que se vive hoy en los países llamados democráticos, una despolitización del corpus social, por falta de posiciones antagónicas, por falta de dialéctica en el funcionamiento político. Este punto es importante para poder avanzar. Sin un análisis crítico de lo que sucedió, no podemos crear útiles para el pensamiento del cambio y de la transformación.

Veamos las cuatro proposiciones o posibilidades, los cuatro operadores de análisis que nos propone Alain Badiou para avanzar hacia una alternativa de cambio:

1- Es posible de organizar la vida de otra manera y no solamente alrededor de la propiedad privada de los medios de producción. El capitalismo no es el fin de la historia.

2- Es posible de organizar la producción de otra manera y no solo sobre la base de la división del trabajo. Esto significa, a largo plazo, el fin de la división entre el trabajo manual e intelectual.

3- Es posible de organizar la vida colectiva sin hacer referencia a fenómenos identitarios. Esto implica una concepción internacionalista completa. La política debe ser transversal.

4- Es posible de hacer desaparecer, poco a poco, el Estado.

Estas cuatro posibilidades hay que tomarlas como principios de evaluación, y no, evidentemente, como un programa.

Por ejemplo, si miramos el fenómeno de la ocupación de las plazas (Madrid, París, El Cairo, Tunis), nos damos cuenta que estas nos llevan directamente a la posibilidad número cuatro. Es decir nos encontramos en una suerte de democracia immanente, sin dirigentes, sin verticalidad, sin partidos. Lo contrario de lo que han planteado los pensadores de la revolución. Osea se puede llegar a la conclusión que los cuatro puntos deben funcionar juntos, ligados. La nueva alternativa, la de la emancipación, necesita la solidaridad entre los cuatro puntos. La nueva política es la relación y el movimiento de los cuatro puntos. Estamos hablando de una visión dinámica de la política. Si no, va a suceder lo que pasó en Egipto. Dentro de esta perspectiva, parece importante de sobrepasar las consignas de orden negativo. Se debe poder proponer algo, no sólamente decir “estoy contra”. Juzgaremos el movimiento en relación a lo que él declara positivamente. “Estamos por construir una sociedad más justa”, por ejemplo.

En este mismo orden de ideas, pero en otro plano, parece importante también quizás, de evocar la noción de progreso o de progresista, que tan manoseada es por algunos jóvenes políticos y candidatos en nuestro país.

Esta idea de progreso viene del siglo XVIII fundamentalmente, de la época des Lumières y se inspira de la Revolución francesa. Lo que se quería señalar en siglo XVIII era la pregunta que hizo Kant en su texto El conflicto de las facultades (1798): ¿el género humano está siempre en progreso hacia algo mejor?

Una respuesta positiva a esta pregunta hubiera significado una visión profética de la humanidad. De eso se dió cuenta Kant y vió más bien una disposición moral en la energía de la Revolución francesa. En todo caso el progreso no es continuo, va y viene, pues depende del hombre, de la debilidades del hombre. No olvidemos que el hombre inventó la guerra, enfermedad terrible, que impide de una manera regular el progreso de la humanidad. Pensemos solamente en lo que pasa hoy en Irak y en Siria, y tenemos una muestra de cómo el progreso se detiene, se para, se destruye.

Nietzsche vio la cosa de otra manera y pensó que “el progreso no es más que una idea moderna es decir una idea falsa”. En todo caso en el siglo XIX la idea de progreso se oscureció “bajo el efecto de rupturas epistemológicas y sorpresas técnicas”, como lo dice Georges Canguilhem (1904/1995). Está claro según Canguilhem que “las consecuencias imprevisibles de la invención y del empleo de la máquina de vapor, los principios de degradación energética en física, los análisis revolucionarios de las relaciones de desigualdad socioeconómica en las sociedades industriales han producido la dislocación de una idea que había jugado el rol de un principio de conservación de valores”.

¿Cuando hoy alguien se dice progresista, o evoca el progreso, de qué nos está hablando? SI miramos algunos aspectos como los derechos de los homosexuales, se puede decir que hay algunos progresos, pero si miramos la explotación mundial, la pobreza mundial, las diferencias de ingresos gigantescas entre los trabajadores y los propietarios de los medios de producción, es difícil poder decir que hay progreso.

Hoy en día, cuando doscientas sesenta y cuatro personas en el mundo poseen el equivalente a lo que poseen tres mil millones de personas, nos podemos hacer algunas preguntas sobre la idea de progreso, y si ésta es suficiente para avanzar hacia una nueva política que lleve hacia una emancipación del capitalismo. La contradicción entre Modernidad y Tradición, entre Capitalismo y Emancipación, y las relaciones horizontales entre Modernidad y Capitalismo, entre Capitalismo y Tradición, entre Tradición y Emancipación, y entre Emancipación y Modernidad, siguen siendo el cuadro general de la estructura contemporánea. Lo que dicen Girardi o Lagos, si se tiene en cuenta las inmensas diferencias sociales que existen en América Latina y la pobreza y la explotación generalizada en el mundo, no parece una respuesta adecuada ni calibrada a la altura de la necesidad histórica.

Hay que seguir pensando que otra sociedad es posible. “La prohibición de lo posible es una figura permanente de la finitud”. Hay que ser capaces de salir de las figuras cerradas como “el capitalismo es el fin de la historia”, o “Robespierre es un asesino”. La ridiculización, los lugares comunes, son la técnica que utiliza la reacción para meternos a todos en figuras de finitud, definibles, que es lo que Badiou llama una técnica de “recubrimiento”. Como él dice, “es una tentativa permanente para neutralizar cualquier infinitud nueva que aparezca”. Quizás tendríamos que ser capaces nuevamente de pensar lo impensable, como los poetas, como Neruda, Rimbaud, Celan, Lorca, de Rokha...

Eduardo Valenzuela Bejas
Músico
Enseña en la Universidad Paris 8
Master en Artes y en Filosofía de la Universidad Paris 8

Compartir este artículo