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Chile... ¿qué diablos falló?

Supongo que ningún chileno quería ver nuevamente al ejército patrullando las calles de sus ciudades pues el recuerdo de los años negros de la dictadura está demasiado presente, pero ahí están, en las calles de la arrasada Concepción y otras ciudades, cumpliendo una misión de control y represión que, aunque nos pese, se hizo tan necesaria como imprescindible porque algo falló en Chile, algo más fuerte que el terremoto del 27 de febrero, algo más poderoso que las fuerzas de la naturaleza desatadas.

Supongo también que a esta hora, hora de la solidaridad, muchos pensarán que no es tiempo de detenerse en fijar responsabilidades y que esa hora llegará cuando todo se haya medianamente calmado, pero las televisiones chilenas no dejan de mostrar escenas dolorosas, y al verlas la única conclusión posible es que algo falló.

Falló por ejemplo el sentido de responsabilidad de algunas personas como la alcaldesa de Concepción, Jacqueline van Rysselberghe, mujer de apellido y mentalidad bóer que, a escasas horas de la catástrofe y cuando recién se recibían las primeras noticias acerca de la magnitud de la catástrofe, en lugar de llamar a la tranquilidad, a conservarla calma en esas terribles horas, anunciaba que a Concepción no había llegado nada, ninguna ayuda, ningún bien, ningún bombero, ninguna vitualla, en lo que fue un claro llamado a la desesperación, al saqueo y al pillaje.

Algo falló, y al ver los edificios derribados, muchos de ellos de reciente construcción, los chilenos nos preguntamos si lo que falló se llama ausencia de control estatal de la calidad de las construcciones, y si los argumentos tantas veces esgrimidos por los empresarios de la construcción, esos mismos que el 11 de marzo se harán cargo del gobierno de Chile, en el sentido de que el control estatal lesiona la libertad de empresa y crea burocracia, no es también parte de todo lo que falló. ¿Qué falló para que alguna gente se lanzara al saqueo?

Hasta hace algunos años teníamos el orgullo de ser un pueblo solidario y apegado a un estricto sentido de la legalidad, pero también es cierto que en nuestra historia reciente, a partir de 1973 y hasta hoy, una cultura de la impunidad se hizo más presente y fuerte que la cultura de la solidaridad y el respeto. Somos lo que vemos, somos lo que nos rodea e influye, somos lo que leemos, somos fruto de una sociedad de la cual creemos ser parte, sólo que en los peores momentos los pobres de los pobres, los que descendieron de la miseria económica a la miseria moral, demuestran que esa sociedad en la que creemos o bien no existe para ellos, o está tan dividida por el dinero que no hay acercamiento posible.

En todas las sociedades existe el lumpen, ese residuo social derivado de la exclusión social, económica y cultural, y al ver las imágenes del los saqueos –por cierto magnificados por la televisión- los chilenos nos preguntamos si acaso el gran éxito del modelo económico neoliberal que rige los destinos de Chile con más fuerza que su misma Constitución Política diseñada por la dictadura y los empresarios, ha sido la lumpenización del Estado y de una parte considerable de nosotros mismos. En el éxito del modelo económico excluyente está la gran falla que ha costado tantas vidas.

Los chilenos repetimos que nuestro país es desde todo punto de vista asombroso, para bien y para mal. Y hoy nos asombramos de algunas cosas que fallaron: Los empresarios beneficiados por el modelo económico de la dictadura definieron a Chile como un jaguar, un felino grande, agresivo, dominante y dominador, pero ocurre que en este país de triunfadores, de una clase social alta minoritaria que disfruta del 85 % del PIB, el Estado carece de teléfonos satelitales que permitan enfrentar sin interrupciones cualquier emergencia.

En este país de crecimiento económico alabado por todos los economistas neo liberales, la Marina de Guerra envía la recomendación de preparar a la población para un tsunami…¡por fax!, y ese fax llega ilegible a la instancia encargada de preparar al país para la emergencia porque el Estado lumpenizado carece de modernas formas de comunicación.

El terremoto y la serie de tsunamis derribaron hospitales, y la escasa infraestructura sanitaria estatal de por sí insuficiente, una vez colapsada genera en nosotros la sensación del peor de los abandonos. Si antes del terremoto para entrar a un hospital había que dejar un cheque en blanco en la puerta, y no todos los chilenos tienen una cuenta bancaria que les permita acceder a la sanidad privatizada, competitiva y de grandes ganancias, ¿qué queda entonces cuando los hospitales no son más que un montón de ruinas? Antes del 27 de febrero los chilenos, en su gran mayoría, estaban abandonados por el Estado, y el cataclismo los sorprendió en medio de ese atroz abandono.

¿Qué falla en Chile para que las víctimas sean mayoritariamente pobres? Los balnearios arrasados de nuestras costas eran lugares a los que acudían hombres y mujeres humildes, eran jóvenes humildes los que pasaban unos días en los campings, y la misma toponimia; Iloca, Duao, Talcahuano, es parte del mapa identitario de la humildad.

¿Qué falla en Chile para que los pobres decidan tomar por la fuerza lo que el Estado les niega, lo que el país triunfador les niega? ¿Qué falla en Chile para que el modesto integrante de una clase media sin futuro clame por mayor represión y anuncie que se arma para defenderse de los bárbaros?

¿Qué falla en Chile para que desde la prensa, de la televisión cuyos propietarios son los empresarios que gobernarán este país a partir del 11 de marzo, insistan en demonizar a los pobres presentándolos como turba incontrolable, difundiendo rumores de saqueos desmentidos por el gobierno, de actos delictuales que simplemente no existieron? ¿Por qué la información respecto de los esfuerzos solidarios protagonizados por miles de chilenos organizados conforme a su vieja cultura de la ayuda mutua, simplemente no existan ni en las pantallas ni en la prensa escrita?

Algo falló, sí, muchas cosas fallaron, desde un sistema eficaz de alarmas que en un país como Chile es una urgente necesidad, hasta una educación basada en el imprescindible “Nosotros”, y no en el triste “yo” del individualismo inhumano que sostiene al modelo económico chileno.

No son esos cien o mil saqueadores los que perdieron el alma con sus acciones deleznables; los que realmente perdieron cara, alma y vergüenza, son esa miserable minoría que disfruta del 85 % de la riqueza, y su egoísmo permite que exista el lumpen, los desesperados, los que no tienen nada que perder pues ya lo perdieron todo y mucho antes del terremoto.

Luis Sepúlveda

Santiago de Chile. 3 de marzo de 2010

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