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¿Cuánto cuesta la visita del Papa?

¿Cuánto cuesta la visita del Papa?

Este es un misterio tan grande como el mito de la santísima trinidad, pero vale la pena hacerse preguntas al respecto, y me las hago como ciudadano estafado. Este año, y correspondiendo a los ingresos percibidos el año pasado, pagué cerca de noventa mil euros a Hacienda española, y no me quejo por ello, es más; me parece justo pagar impuestos pues quiero que la escuela pública y laica funcione, que la sanidad pública funcione, que el transporte público funcione, que la policía atienda a mis demandas de socorro en caso de apuro y que la justicia sea expedita. Para eso y por eso pago.

En mi declaración de Hacienda, en esa confesión a la hora de declarar cuánto gané de manera honrada y sin explotar a nadie, taché, como siempre, el semioculto apartado que, de no verlo con lupa, entregaría parte de mis impuestos a la iglesia católica española y al vaticano, a una religión que considero abyecta porque lesiona los derechos del 50 por cien de la humanidad, de las mujeres, porque ampara el abuso sexual de menores cometidos por varios miles de degenerados con sotanas, porque representa la parte más cerril y retrógrada de la sociedad, y porque toda su historia no se diferencia en nada de otras religiones cuyo fundamentalismo hoy nos aterra.

Es decir que no autoricé al Estado español ni al gobierno socialista para que con mi dinero pague los 13.333 euros -¡trece mil trescientos treinta y tres!- que cuesta cada minuto del viaje papal a España. Si es por pagar el combustible de los aviones Hércules del ejército del aire, lo hago con gusto si se trata de llevar ayuda humanitaria a zonas que la precisen, o para transportar a los abnegados voluntarios que acuden portando el ejemplo de la solidaridad social, pero no autoricé al Estado español ni al gobierno socialista para que con mi dinero pague el transporte del “papamóvil”, ese artefacto transparente como una vitrina de carnicería tras el que se escuda un sujeto supuestamente amado.

Un cálculo estimativo indica que la visita papal costará aproximadamente 29.8 millones de euros, y a esta cifra grotesca habrá que agregar lo que deduzcan los “sponsors” de las misas. En la blanca sotana del ex militante de las Juventudes Hitlerianas no se leerá “esta misa la auspicia almacén don Manolo, las mejores lentejas”, ni “Condones Santa Gomita, los que nunca te dejarán botado”, pero empresarios anónimos y adinerados, de aquellos no precisamente afectados por la crisis, y banqueros cuya irresponsabilidad ha generado la catástrofe económica, el caldo en que una derecha española sin más ideas que eliminar las prestaciones sociales prepara su regreso al poder, se soban las manos calculando las sumas con que defraudarán a Hacienda.

¿Era necesaria esta visita? ¿Para quién? ¿Por qué? ¿Es que los socialistas han abjurado del rigor científico de la economía y sólo esperan un milagro para superar la crisis? Cualquier habitante de España sabe que basta con unas gotas de ponzoña verbal de Rouco Varela para que los talibanes del nacionalcatolicismo se apropien de las calles, y si esto se agregan ciertas reflexiones casuales, muy casuales de Rajoy: “no me comprometo a respetar la ley de matrimonio homosexual”, es suficiente para que la visita papal pagada con mis impuestos y con los de todos los que no defraudamos a Hacienda, se convierta en un carnaval de odio a la libertad, a la constitución, a los derechos conquistados.

Desde la condición de estafado me sumo a los que dicen: Herr Ratzinger ich warte nicht auf Sie. Yo no lo espero, señor Ratzinger.

Luis Sepúlveda

Gijón, 5 de noviembre 2010

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