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¿Podrá la reforma proveer a Chile de una educación universitaria de calidad? Por Jorge Gibert Galassi

Dejando de lado un puñado de universidades donde, en general, podemos constatar una educación universitaria de calidad, quisiera exponer brevemente algunos problemas falsos en el actual debate, así como también comentar cuales son los obstáculos que impiden que Chile posea un sistema universitario de calidad, plantando algunas dudas respecto al perfil de la Reforma.

El primer problema falso es el dinero. Es un problema importante pero relativo, toda vez que esconde dos problemas globales, cuáles son la distribución de recursos estatales en el sistema universitario, por una parte, y por otra, el uso que las instituciones hacen de éste. Hay recursos estatales para la educación superior, pero se distribuyen muy asimétricamente entre las instituciones, debido a condiciones de ventaja inicial de las más antiguas respecto de las instituciones más nuevas. Además, muchas veces estos recursos son malgastados, por ejemplo en publicidad, producto de la situación mercantil en que se desenvuelve el sistema universitario general y otras veces en apuestas de negocios universitarios que no fructifican debido a la ineficiencia, incompetencia o corrupción de los mismos gobiernos académicos.

El segundo problema falso es la inexistencia de una institucionalidad que dé cuenta de los procesos tradicionales, la docencia orientada a la entrega de certificados de títulos y grados académicos y la investigación universitaria. El primer fantasma es la Subsecretaria de Educación Superior (Superintendencia de Educación Superior u otra). El segundo fantasma es el mentado Ministerio de Ciencia y Tecnología. En ambos casos, se pretende tapar la muy debatible gestión de instituciones que ya existen y que funcionan, aunque de un modo poco feliz. Si el CSE, la CNA y el resto de órganos administrativos hubieran realizado su labor con la prolijidad y el rigor que implicaba el mandato, jamás habríamos tenido los escándalos que hemos presenciado. Si CONICYT, el Ministerio de Economía y otros organismos que fomentan la ciencia y la tecnología tuvieran sus muchos programas ordenados y sin duplicaciones, operando con una perspectiva de largo plazo, garantizando la carrera de Investigador Nacional y los flujos de fondos para la permanencia de las iniciativas importantes, quizás la comunidad científica no estaría preocupada del tema. (Aunque, en verdad, es muy necesaria la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología, pero por otras razones).

Entonces, ¿cuáles son los obstáculos reales?

El primero y más obvio es el vínculo entre gratuidad y calidad. La izquierda pone el acento en la primera mientras la derecha hace lo propio con la segunda. Pensando bien (¿por qué no?), la izquierda busca la movilidad social, imposible para quienes entran al mundo profesional con una mochila muy pesada de deudas estudiantiles; mientras la derecha busca proteger la excelencia de algunas universidades, solo posible con estudiantes provenientes de círculos socio-económicos cultos y acomodados, que pagan por ello. En ambas ideas hay trampas: una mala universidad gratuita no implicará movilidad social y una universidad “Ghetto” siempre tendrá niveles de excelencia planos, carentes de diversidad creativa. La conjunción de estas dos dimensiones provocó la revuelta estudiantil: mala educación que endeuda, la oferta mayoritaria del sistema universitario chileno. Luego, toda reforma que no amarre ambas dimensiones, está destinada a soslayar el corazón de la (correcta) protesta ciudadana. Así, la reforma puede volverse parte del problema y no parte de la solución.

El segundo problema son los profesores. Un sistema que aumentó a un millón su matrícula de pregrado, debería haber aumentado la cantidad de sus profesores idóneos. Pero el crecimiento fue tan explosivo que la mayoría de los profesores no son idóneos. A lo más, reemplazan Wikipedia. Son varias las razones de esta falta de idoneidad, pero en una sociedad motorizada por la información y el conocimiento, la principal es que los profesores no realizan actividades de investigación. Las causas son, entre otras, el exceso de clases presenciales, mecanismos de evaluación de desempeño anti-diluvianos, etc. Sin realizar investigación, están incapacitados de comprender el conocimiento en curso en sus respectivas disciplinas, pues no conocen los lenguajes conceptuales y las nuevas técnicas en marcha. Bajo ese axioma, es imposible que hagan una apropiada transferencia de conocimiento y, con mayor razón aún, que co-construyan el conocimiento con sus alumnos o los motiven a aprendizajes orientados a la innovación. Solo la experiencia laboral de la gran mayoría de los docentes impide un mayor desastre.

El tercer obstáculo son las plataformas de trabajo, la realidad material de las instituciones de educación superior. En gran parte debido a que el sistema universitario es un sistema de competencia mercantil por alumnos y recursos, es imposible o difícil la cooperación entre instituciones. Ello impide que se materialicen los grandes proyectos país e impide que se desarrolle en el sistema universitario la modalidad básica de trabajo del siglo XXI, el trabajo en redes. Como esto no se da, la gran mayoría de las instituciones carecen de una infraestructura básica para el logro del propósito universitario. Ello se manifiesta en la falta de laboratorios de ciencias y tecnologías, en la carencia de acceso a revistas online relevantes y otras bases de datos, en las instalaciones de bibliotecas y, finalmente, en la carencia de mecanismos formales de integración al trabajo de calidad. Entre estos últimos, destaca la precariedad de los contratos académicos y de servicios al interior de los campus, pero también la bipolaridad respecto de las relaciones con la empresa y el sector industrial, en las públicas demonizado (pecado de omisión) y en las privadas mercantilizado (pecado de pertinencia). Finalmente, como factor de naturaleza holística, el sistema estatal impide en general plataformas de trabajo eficaces debido a la legislación obsoleta y la extraña gobernanza de sus instituciones.

El cuarto obstáculo para lograr una educación de calidad es que hoy, tanto la “buena” como la “mala” educación no tienen pertinencia social, es una educación universitaria en el vacío territorial. El graduado puede hacer su trabajo (bien o mal) en Nigeria o en Antofagasta. La razón de ello es que la docencia y la investigación no están institucional ni socialmente vinculadas con las ciudades o los territorios donde la universidad actúa. Todo es simbólico, con muy poca evidencia en términos de cantidad de graduados que permanecen en la zona, servicios universitarios hacia la industria local, o bien alianzas de formación pertinentes al entorno socio-cultural: la mayoría de los profesionales emigra a Santiago, la mayoría de los servicios se orientan a la industria minera y los programas de formación de pre y postgrado se mantienen siempre que se autofinancien. Bajo esas condiciones, las posibilidades de que exista un lazo fuerte entre universidad y territorio son escasas. Bajo otras condiciones, el famoso “vínculo con el medio” podría manifestarse en la creación de todo tipo de Clusters o sistemas de interacción virtuosos.

¿Qué hacer? Bueno, los legisladores y los grupos de interés harán frente al proyecto de reforma. El gobierno, por su parte, puede atacar los tres problemas restantes al mismo tiempo y bajo todos los ángulos, empezando por elaborar ahora mismo una política de inserción en el sistema universitario de los cientos de jóvenes con vocación académica que han sido beneficiados con las Becas-Chile, que aún no saben muy bien a qué o para qué volver al país. Este ejército de postgraduados podría aumentar bruscamente los indicadores docentes y de investigación en el sistema universitario, podrían confabularse para exigir plataformas de trabajo acordes al mundo que vivimos y, quizás, podrían volver a sus terruños, de manera de volcar sus experiencias en pos de una actividad pertinente, que haga más fructífera la relación entre las comunidades locales y sus universidades.

Agosto 2014.

JORGE GIBERT GALASSI
Dr. en Epistemología de las Ciencias, U. de Chile. Académico en la Universidad de Valparaíso

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