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Coronavirus y la invencible vulnerabilidad humana. Por Jaime Vieyra-Poseck

Si hay una verdad humana innata e irrebatible, es la que nadie nunca desea morir. La muerte es, junto al nacimiento del que no tenemos conciencia, paradojalmente el más importante episodio de nuestras vidas. Por vivir balanceándonos siempre en el inestable péndulo entre la vida y la muerte, se evidencia nuestra fragilidad al confirmar constantemente la única certeza desde que abrimos la conciencia, nuestra mortalidad.

Pero con la perplejidad de una amenaza de muerte por una catástrofe colectiva inesperada, estalla una alarma general que se multiplica cada segundo en una simbiosis entre la devastación de nuestra seguridad y la dura evidencia de nuestra vulnerabilidad por una posible muerte impensada de la que no tenemos control alguno.

Esto es lo que nos está pasando con la amenaza global de la macro crisis sanitaria, cuya onda expansiva erosiona gravemente la economía y la política que quedan colonizadas por la pandemia. En esta triple crisis, sin duda, no caben las pugnas ni menos las trincheras partidistas, sino sólo la unidad. Cada catástrofe desencadena las miserias y bondades de la especie humana. Como los ciberataques a la estructura sanitaria española en medio del drama; o los buitres que, como la carroña, se aprovechan la crisis para hacer especulación bursátil; o los irresponsables que incumplen la cuarentena. Estas miserias humanas ―una mezcla genuina de maldad, estupidez y crimen― se afrontan en medio de la tragedia.

Pero está también la bondad de la mayoría. Como las cajeras en los supermercados o todo el personal sanitario comprometiéndose hasta las últimas consecuencias. Son héroes y heroínas anónimas que, sin buscar estrellas en el pecho, ofrecen sus vidas por nosotros.

Nosotros, el homo sapiens, somos la especie mejor preparada del planeta por tener una condición insuperable para enfrentar con éxito cualquier catástrofe: la cooperación, la fraternidad y la solidaridad, que son los valores humanos que han sacado adelante a nuestras civilizaciones y han hecho posible nuestra reproducción como especie. En esta mega triple catástrofe no será distinto. Esta pandemia sin precedentes en la historia de la humanidad, abre un nuevo ciclo con un antes y un después. En las otras grandes pandemias las personas indefensas no pudieron protegerse más que con plegarias religiosas a sus dioses, como en las pestes medievales que arrasaron civilizaciones cambiando la historia.

Y es que, por primera vez en la historia de la humanidad, una pandemia planetaria es enfrentada y combatida. Y, seguramente, vencida. Un hecho inédito que es posible cambie la historia de nuestra civilización. La gran diferencia, es la fortaleza actual de la ciencia.

Toda la planificación estratégica para controlar la propagación de la pandemia, está basada en conclusiones científicas. Y la salvación será una vacuna. Por vez primera, una pandemia de una fuerza mortífera enorme, será vencida en un tiempo récord por el poder de la ciencia, vale decir, del conocimiento humano.

Y por el poder público, principalmente del Estado democrático que gestiona la crisis con un dilema que resolver: mantener los equilibrios entre la urgente ayuda a la población más vulnerable, las personas de la tercera edad, e implementar medidas de rescate económico-financiero para minimizar la debacle que produce la paralización productiva de países enteros.

Sin duda, esta pandemia reproducirá las desigualdades estructurales que padecemos local y globalmente. Los pobres ―personas y países― serán nuevamente los más perjudicados. La desigualdad socioeconómica determinará quién se salva y quién no.

Así, queda al descubierto la fortaleza de los servicios sanitarios públicos y la capacidad del Estado democrático que tiene cada país para enfrentar la crisis. Este drama global sirva para entender que no deberían seguir separándonos unos modelos económicos que alientan sólo la acumulación obscena de riqueza en una élite cuyos inconmensurables privilegios se obtienen por una desigualdad social tan radical como insostenible.

Por otra parte, el individualismo competitivo consumista extremo que exige el modelo neoliberal global, ha reducido a la irrelevancia los valores colectivos de la solidaridad y la cooperación, financiarizando las relaciones humanas. Los valores deshumanizados se han confinado a un todo lo que tienes es todo lo que vales.

Sin embargo, todas las miradas están puestas en el Estado democrático, tan vilipendiado, minimizado y desfinanciado los últimos 40 años por el neoliberalismo hegemónico. Ese Estado en esta crisis está distribuyendo el bien común, protegiendo la seguridad de toda la población.

La conclusión más trascendental en esta catástrofe global, es que regresamos fielmente a lo que nos ha unido y convertido en el animal más exitoso de la tierra: la solidaridad, la fraternidad y la cooperación de todos para todos, que ha sido, es y será la única fórmula para sobrevivir superando encrucijadas y catástrofes.

En esta crisis tenemos, además, la oportunidad desde nuestra fragilidad y enorme vulnerabilidad, de mirarnos frente a frente para comprobar que no nos tenemos más que a nosotros mismos, y que por eso debemos siempre apoyarnos y protegernos. No sólo en una catástrofe como la que estamos sufriendo, sino siempre. Nuestra vulnerabilidad nos hace dignos y tener conciencia de los valores fundamentales de nuestra especie.

Nuestra vulnerabilidad es nuestra fortaleza.

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