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China-Rusia. En los tiempos de la rivalidad revolucionaria...

Incluso los mejores especialistas pueden equivocarse. El libro del periodista François Fejtö comienza “17, de octubre de 1961: una fecha que recordarán los autores de manuales de historia”. Efectivamente es una fecha que ha permanecido, pero por otra razón que la que él imaginaba. Ahora ese día se asocia principalmente con la matanza de decenas de manifestantes argelinos por la policía de París, mientras que, en su trabajo sobre el “gran cisma comunista” China-URSS, el fin de una hegemonía, publicado en 1964, Fejtö cree que esa fecha marcó “el fin de la hegemonía soviética sobre el Movimiento Comunista Internacional”. En la tribuna del XXII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en presencia de la prensa occidental, el Secretario General Nikita Jruschov se sintió obligado de atacar a los comunistas albaneses, en ese entonces pro-chinos.

Décadas más tarde, dos cosas destacan de esta gran pelea, que incluso degeneró en enfrentamientos armados entre los dos Estados en 1969. En primer lugar el olvido: nadie evoca hoy el conflicto ideológico chino-soviético, que sin embargo rompió el movimiento comunista y durante un cuarto de siglo transformó las relaciones internacionales. El segundo aspecto es el secreto: el deterioro de las relaciones entre los dos principales partidos comunistas en el mundo -y entre los Estados que conducían- comenzó en 1956. Sin embargo, su carácter público, los detalles de los desacuerdos que se ampliaron, solo estallaron cinco años después. Hasta el 17 de octubre de 1961, señala Fejtö, “ambos lados se esforzaron por mantener su disputa en una especie de clandestinidad. Las críticas, los reproches y quejas las expresaban en un lenguaje críptico, con el mínimo de transparencia necesaria para que las personas a las que se dirigían no malinterpretaran el significado de la advertencia”.

Los chinos atacaron el “revisionismo” de los líderes yugoslavos con más vehemencia desde que Moscú y los partidos pro-soviéticos retomaron su apoyo a Tito. Y los soviéticos apuntaban a los albaneses porque sabían que estaban alineados con Pekín. Sin embargo, la disciplina colectiva (y la inexistencia de Twitter...) permitía todavía que incluso un discurso del líder soviético, en febrero de 1956, ante una reunión de delegados comunistas petrificados, en el que detallaba los crímenes atribuidos a su predecesor, José Stalin, pudo permanecer en secreto durante varias semanas. La autenticidad de dicho discurso fue incluso cuestionada por algunos de los que lo habían escuchado o leído, y que evidentemente no podían haberlo olvidado.

La denuncia del estalinismo por parte de Jrushchov abrió el expediente de quejas chino-soviéticas. Mao no aceptó que una decisión de esta importancia, que todo el mundo podía imaginar las consecuencias que traería para todo el movimiento comunista internacional, fuera de resorte único del partido soviético. Además de que las críticas al “culto a la personalidad” no parecen urgentes, especialmente en China, que temía que la denuncia de Stalin debilitara a todos los líderes comunistas que lo habían apoyado, en otras palabras, casi todos los que le sobrevivieron.

Sin embargo Mao no había alineado su estrategia con los generalmente desastrosos consejos de sus camaradas soviéticos. Stalin, aunque reacio ante los que podían desafiar su autoridad, contó sonriendo, en 1948, que los chinos no habían tomado en cuenta cuando “les dijimos brutalmente que en nuestra opinión, la insurrección china no tenía ninguna posibilidad de éxito y que, por lo tanto, debían buscar un modus vivendi con Chiang Kai-shek, entrar en su gobierno y disolver su ejército. Hicieron todo lo contrario, y hoy todos pueden verlo: están golpeando a Chiang Kai-shek “.

Además de “la cuestión de Stalin,” título de un artículo del Partido Comunista Chino (PCC), publicado el 13 de Septiembre de 1963, en el que detalla sus diferencias con el PCUS, el principal (...)

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Serge Halimi

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