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Los alcances impensados de la Inteligencia Artificial y las criptomonedas

La soberanía como mercancía estadounidense

En todo el mundo, los gobiernos hacen correr cientos de miles de millones de dólares en el desarrollo de una “inteligencia artificial (IA) soberana”, un oxímoron en sí mismo dada la dependencia de esta tecnología de las industrias estadounidenses. Impulsada por las tensiones internacionales, la soberanía se convirtió en una mercancía que rivaliza con el oro, las criptomonedas o los automóviles de alta gama.

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Martín Daiber, De oro (Acrílico y papel pintado sobre papel), 2020
(Gentileza Galería Patricia Ready)

En febrero pasado, el presidente francés Emmanuel Macron anunció una nueva etapa de la “estrategia nacional para la inteligencia artificial”, un plan de inversión privada de 109000 millones de euros que combina fondos soberanos de inversión emiratíes, fondos de pensiones canadienses, fondos de inversión estadounidenses y grandes empresas francesas –Iliad, Orange y Thales. Pero todas estas empresas funcionan gracias a los procesadores gráficos (GPU) Blackwell de Nvidia, el gigante estadounidense que diseña los semiconductores más utilizados en el sector de la IA y que domina los rankings mundiales de capitalización bursátil. El Reino Unido hizo una mejor oferta en septiembre con su Tech Prosperity Deal de 150000 millones de libras y luego Alemania rápidamente siguió su ejemplo, escenario que se repitió desde Medio Oriente hasta el Sudeste Asiático: promesas impresionantes de romper la dependencia de las tecnologías estadounidenses mediante la compra de chips estadounidenses en condiciones establecidas por los propios estadounidenses. “Soberanía”: el privilegio de emitir cheques a los Estados Unidos, pero en su propia moneda.

Es cierto que el presidente de Nvidia hace mucho por alimentar este delirio colectivo. Con su eterna campera de cuero, que le da el aspecto de un coach motivacional de los concesionarios Harley-Davidson, Jensen Huang despliega el mismo sermón cumbre tras cumbre: “Sean propietarios de los medios de producción de su propia inteligencia”. Frente a él, los ministros de economía sacuden afirmativamente la cabeza con devoción, con la mirada vidriosa de quienes piden un préstamo renunciando a leer la letra chica del contrato. El camino a la salvación está implícito: compren nuestros chips y escapen de la tiranía de OpenAI y su producto estrella, ChatGPT.

Lo que el profeta omite precisar desde lo alto de su púlpito es que Nvidia planea justamente invertir 100000 millones de dólares en el mismísimo Leviatán que su doctrina de la soberanía pretende neutralizar. La comparsa de capitales se está convirtiendo en un incesto, ya que por cada 10000 millones de dólares inyectados en OpenAI, Nvidia recupera 35000 millones en compras de chips: un circuito cerrado tan bien aceitado que crea su propio movimiento perpetuo (1). Mejor todavía, los chips de Nvidia ni siquiera se venden, sino que se alquilan (2).

Paralelamente, OpenAI pone sus fichas en el principal competidor de Nvidia, AMD, mientras cocina a fuego lento acuerdos de infraestructuras que deberían proporcionarle a mediano plazo una energía eléctrica equivalente a la de veinte reactores nucleares, todo por la módica suma de un billón de dólares. La naturaleza recursiva de estos esquemas haría que incluso el mejor arquitecto de esquemas Ponzi –las pirámides financieras fraudulentas que pagan a los clientes con fondos proporcionados por los nuevos ingresantes– se pusiera verde de envidia. Con 1,2 billones de dólares, la deuda de la industria de la IA ahora supera a la del sector bancario (crisis de 2008, temporada 2, pero ahora con el silicio en el rol de las subprimes).

Líneas de crédito

Ni siquiera los idólatras del mercado parecen poder cerrar la cuadratura del círculo. Según las proyecciones de Morgan Stanley, el gasto en centros de datos (datacenters) alcanzará los 2,9 billones de dólares desde ahora hasta 2028. Los gigantes de la industria tech se sientan sobre reservas en líquido que superan la mayoría de los presupuestos nacionales, pero incluso así solo disponen de 1,4 billones de dólares: tendrán que pedir prestados los 1,5 billones restantes (3). ¿A quién? A Blackstone, Apollo o Pimco, los fondos de inversión que pasaron a ser los amos de las proezas de ingeniería del tipo “crédito privado”, relativamente recientes y altamente lucrativas. La soberanía, ya hipotecada sobre los chips de Nvidia, también lo está sobre las líneas de crédito de Wall Street.

¿Y qué pasa con Washington? Desde la perspectiva de la potencia hegemónica estadounidense, la “IA soberana” no es una estafa nueva, sino el acto final de una obra cuyo texto se viene escribiendo desde hace más de un siglo. La diplomacia del petróleo reemplazó a la del dólar, antes de ser suplantada a su vez por la diplomacia de los procesadores. Aunque cada etapa es más barroca que la previa, encontramos dos constantes: el Estado y el capital estadounidenses, soldados entre sí en un interminable vals.

El primer acto comenzó a principios del siglo XX. El gobierno estadounidense prometió a los países de América Latina que la prosperidad económica y el saneamiento de sus finanzas les garantizarían estabilidad política. En la década de 1900, Theodore Roosevelt utilizó ese argumento como pretexto para poner bajo su tutela a las aduanas dominicanas. En 1912, fue el turno de Nicaragua de sufrir la misma suerte gracias a un préstamo otorgado por el banco Brown Brothers. Lo esencial de sus ganancias aduaneras fue despachado a Manhattan. A los nicaragüenses, descontentos porque eran tratados como una filial al 100%, Washington les respondió enviando a los marines: el país fue ocupado durante veintiún años (1912-1933), con cerca de 4000 soldados en el punto más álgido del despliegue. En un editorial publicado en 1922, el semanario The Nation denuncia la “República de los Brown Brothers”, una frase profética si tenemos en cuenta lo que vendría después.

Los petrodólares

El segundo acto se representó por primera vez en 1974, tres años después de que Richard Nixon renunciara a la convertibilidad del dólar en oro y devaluara la moneda estadounidense. Henry Kissinger les hizo a los sauditas una propuesta disfrazada de diplomacia: facturen el petróleo al precio que quieran, pero exclusivamente en dólares, e inviertan las ganancias en bonos del Tesoro estadounidense. Este pacto secreto estaba condimentado con garantías de seguridad implícitas, dado que se sobreentendía que cualquier incumplimiento se consideraría un acto de guerra. Así, entre 1974 y 1981, una parte sustancial del superávit de 450000 millones de dólares acumulado por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) se reinvirtió en la economía estadounidense. Petrodólar tras petrodólar, Estados Unidos reestableció su dominio monetario. No había ninguna necesidad, esta vez, de molestar a los marines.

El acto III todavía se está escribiendo, pero la escala de las operaciones ya supera todo lo conocido. Después de las bananas y los barriles, ahora se mercantiliza la potencia informática, es decir, la capacidad bruta de procesamiento que permite a las máquinas hacer cálculos en menos tiempo del que necesita cualquier banco central para poner en marcha la plancha para imprimir billetes. La República de Brown Brothers cedió el paso a la República de Nvidia.

Una parte de los flujos transita por las criptomonedas. Sea que se emitan en Dubai o en San Pablo, toda (…)

Artículo completo: 3 688 palabras.

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Evgeny Morozov

Fundador y editor del portal The Syllabus (the-syllabus.com).

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