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Vasallaje

Vasallaje

Octubre de 2002

por Ignacio Ramonet

Director de Le Monde diplomatique, Francia.

Traducción: Carlos Alberto Zito

Los Estados miembros de la Unión Europea pueden oponerse, a través del Consejo de Seguridad de la ONU y de la OTAN, a la decisión unilateral de Estados Unidos de atacar a Irak, claramente orientada a controlar el petróleo de la segunda reserva mundial. O bien someterse a la voluntad de la administración Bush, condonando el carácter de imperio de Estados Unidos y el carácter de ley universal de sus intereses. Al decidir si son socios o vasallos de la superpotencia, los Estados de Europa deciden también el mapa político y económico del mundo que viene.

 

Un imperio no tiene aliados, sólo vasallos. La mayor parte de los Estados miembros de la Unión Europea parecen haber olvidado esta realidad histórica. Ante nuestros ojos y bajo las presiones de Washington, que los obliga a enrolarse en la guerra contra Irak, países en principio soberanos se dejan reducir a la triste condición de satélites.

 

Se ha reiterado la pregunta sobre qué cambió en la política internacional como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Sabemos la respuesta desde que la administración estadounidense publicó el último 20 de septiembre un documento que define la nueva "estrategia internacional de seguridad de Estados Unidos" (1). La arquitectura geopolítica mundial tiene ahora en su cúspide una superpotencia única, Estados Unidos, que "goza de una fuerza militar sin igual" y que no vacila en "actuar sola, si hace falta, para ejercer su derecho de autodefensa actuando a título preventivo". Una vez identificada "una amenaza inminente", "Estados Unidos intervendrá aun antes de que la amenaza se concrete".

 

Esta doctrina restablece el derecho a la "guerra preventiva" que Hitler aplicó en 1941 contra la Unión Soviética, y Japón el mismo año en Pearl Harbor contra Estados Unidos También borra de un plumazo un principio fundamental del derecho internacional, adoptado al fin de la Guerra de los Treinta Años en ocasión del tratado de Westfalia en 1648, que establece que un Estado no interviene, y menos militarmente, en los asuntos internos de otro Estado soberano (principio pisoteado en 1999, cuando la OTAN intervino en Kosovo).

 

Todo esto significa que el orden internacional fundado en 1945, a fines de la Segunda Guerra Mundial y regido por las Naciones Unidas (ONU), ha concluido. A diferencia de la situación que conoció el mundo durante una década, después de la caída del muro de Berlín en 1989 y la desaparición de la Unión Soviética en 1991, Washington asume de ahora en más sin complejos su posición de "líder global". Y por añadidura lo hace con desprecio y arrogancia. La condición de imperio, hasta hace poco considerada como una acusación típica de un "antiamericanismo primario", es abiertamente reivindicada por los halcones que pululan en el seno de la actual administración del presidente Bush.

 

Apenas mencionadas en el documento del 20 de septiembre, las Naciones Unidas son marginadas, o reducidas a una organización de actuarios, que debe inclinarse ante las decisiones de Washington. Porque un imperio no se doblega a ninguna ley que no haya promulgado. Su ley se transforma en ley universal. Su "misión imperial" consiste en lograr que todos respeten esa ley, si es necesario por la fuerza.

 

En la atmósfera de intimidación de esta pre-guerra contra Irak, y sin cobrar necesariamente conciencia del cambio estructural en curso, muchos dirigentes europeos (en el Reino Unido, Italia, España, Países Bajos, Portugal, Dinamarca, Suecia) adoptan ante el imperio estadounidense, con un reflejo perruno, la actitud de sumisión servil propia de fieles vasallos. Liquidando de paso independencia nacional, soberanía y democracia. Mentalmente, franquearon la línea que separa al aliado del subordinado, al socio de la marioneta. Imploran para sus fuerzas armadas la poco gloriosa función de tropas de refuerzo en la batalla que se anuncia Y si es posible, después de la victoria de Estados Unidos, una gota de petróleo iraquí.

 

Porque nadie ignora que más allá de los argumentos que se esgrimen (2), uno de los principales objetivos de la guerra anunciada contra Irak es efectivamente el petróleo. Apoderarse de las reservas mundiales de hidrocarburo que ocupan el segundo lugar en el planeta permitiría al presidente Bush trastornar por entero el mercado planetario de petróleo. Bajo el protectorado estadounidense, Irak podría duplicar rápidamente su producción de petróleo, con la consecuencia inmediata de hacer caer los precios del petróleo y tal vez de relanzar el crecimiento de Estados Unidos.

 

Le permitiría también encarar otros objetivos estratégicos.

 

En primer lugar, asestar un duro golpe a una de las bestias negras de Washington, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y de carambola a algunos de sus países miembros, especialmente Libia, Irán y Venezuela. Aunque no quedarían exentos países amigos como México, Indonesia, Nigeria o Argelia.

 

En segundo lugar, el control del petróleo iraquí favorecería una toma de distancia respecto de Arabia Saudita, considerada cada vez más un santuario del islamismo radical. En un improbable escenario wilsoniano de reconfiguración del mapa de Medio Oriente (3) anunciado por el vicepresidente Richard Cheney, Arabia Saudita podría ser desmantelada e instalarse un emirato independiente, bajo el protectorado de Estados Unidos, en la rica provincia de Hassa, donde están situados los principales yacimientos de petróleo saudita y cuya población es mayoritariamente chiíta.

 

En esta perspectiva, el conflicto contra Irak no haría más que preceder a corto plazo otro ataque contra Irán, país ya clasificado por Bush como miembro del "eje del mal". Las reservas iraníes de hidrocarburos vendrían a completar el fabuloso botín del que cuenta con apoderarse Washington en esta primera guerra de la nueva era imperial.

 

¿Puede oponerse Europa a esta peligrosa aventura que comienza? Sí. ¿Cómo? En primer lugar utilizando su doble derecho de veto (Francia, Reino Unido) en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU. En segundo lugar, bloqueando el instrumento militar, la OTAN, que Washington piensa utilizar para su (…)

Artículo completo: 3 361 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de octubre 2002
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