Del 17 al 28 de mayo se desarrolla el Festival internacional de cine en Cannes. Antes del torneo de tenis Roland Garros, y después de las crisis sociales primaverales de las que siempre teme ser la víctima expiatoria, como sucedió cuando resultó interrumpido en 1968, este festival es... el gran acontecimiento mediático francés del primer semestre.
En una época en que el cine ha perdido toda autonomía respecto de la televisión, y la industria cinematográfica procura crear películas consensuales que interesen a todos los públicos, el Festival de Cannes sigue desarrollándose sobreactuando su leyenda, aceptando los efectos de la globalización, al mismo tiempo que se refugia en la defensa de un círculo bastante cerrado de autores internacionales. Aunque obsoleto, el ritual de Cannes llena los diarios y ocupa los programas de televisión. En un tiempo en que las marcas imponen sus leyes, la marca “Cannes” vende un festival cuya necesidad ya no es evidente.
Dada su irradiación mediática, logra seguir siendo una caja de resonancia única en el mundo para atraer, fuera de competencia, a los “blockbusters”, esas superproducciones que se caracterizan por no dejar nada librado al azar, construidas a partir de planes de marketing que incluyen tanto su paso por Cannes como la venta de objetos derivados o las entrevistas publicitarias disfrazadas de críticas. Así fue como en 2005 el Festival fue la plataforma de lanzamiento de La Revancha de los Sith, tercer episodio de la saga Star Wars. Apenas dejó Cannes, la película de George Lucas irrumpió en 20.000 salas de todo el mundo. Un récord. No hay duda de que el “acontecimiento” de la edición 2006 será la adaptación cinematográfica del Da Vinci Code, de Ron Howard, que aprovechará la ganga de Cannes para orquestar su exhibición mundial.
Después podrá dar comienzo la competencia 2006, para los que están ansiosos por saber si esta vez la Palma le tocará a Pedro Almodóvar. Sin embargo, la lectura de los resultados de explotación de estos últimos años permite pensar que el interés por este concurso de películas decae: desde hace 20 años, sólo cinco ganadores de la Palma de Oro superaron el millón de entradas en Francia y ninguno de ellos alcanzó los 3 millones. Una Palma supuestamente de “gran público”, como Pulp Fiction, de Quentin Tarantino, no atrajo al público esperado, mientras que en Francia algunas, como El sabor de la cereza del iraní Abbas Kiarostami, atrajeron a menos de cien mil espectadores. Las cifras son aún más abrumadoras para los otros Premios. Los que pasaron a las otras secciones (Una Cierta Mirada, la Quincena de los Directores, la Semana de la Crítica) no experimentaron, en términos de entradas vendidas, el esperado efecto Cannes.
La única certeza es que participar en la competencia oficial de Cannes garantiza al menos una exhibición en Francia, y en las otras secciones, ventas en el exterior. La presencia de más de 4000 distribuidores de todas partes del mundo abre perspectivas inesperadas a la mayoría de las películas seleccionadas.
¿Cómo analizar este proceso? Indudablemente no se trata de discutir la influencia de las cadenas de televisión en la elección y financiamiento de las películas producidas, ni de ocultar el inevitable “formateo” derivado de ésta, que lleva a un descenso de la calidad promedio de la producción mundial. Pero es de temer que, frente a esto, se esté delineando desde hace algunos años una “calidad festival”, un “cine de festival” cuyos contornos podemos ver en las selecciones de la última década.
En efecto, Cannes se ha convertido en un festival de “grandes autores”. Dentro de la competencia, encontramos cada año entre la mitad y los dos tercios de los nombres prestigiosos que ya compitieron por la Palma. Se engrosó incluso la lista de los cineastas doblemente “palmados”: Emir Kusturica, Shohei Imamura, Bille August, los hermanos Dardenne. En cuanto a la presidencia del jurado, recae muchas veces en (…)
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