“En el siglo XIX no siempre se admitió que el gran público sólo desea diversión”. Así, entre la advertencia y la memoria, el estadounidense André Schiffrin introduce L’édition sans éditeurs (La edición sin editores, publicado en Chile por LOM EDICIONES), pequeña obra incisiva que señala los efectos de la concentración editorial. A los mercaderes de una cultura de saldos que eluden su responsabilidad social escudándose en las sacrosantas “leyes del mercado”, Schiffrin, fundador de una editorial política a la vez independiente y sin fines de lucro, opone la experiencia de los años treinta en Inglaterra y de la posguerra en Estados Unidos.
Grandes editoriales como Penguin Books o la New American Library aún tenían por política publicar “buenos libros para mucha gente”. Por cierto, esas empresas se proponían obtener ganancias y ofrecían gran cantidad de esas “novelas de aeropuerto” que se olvidan con rapidez. Pero un sentido especial de su oficio las llevaba también a publicar, en amplia escala y a bajo precio, la literatura más innovadora y los trabajos de ciencias sociales más agudos. Los libros exigentes no estaban pensados como patrimonio exclusivo de las clases favorecidas, y gozaban de un público amplio, especialmente entre los sectores populares politizados...
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