“Soy una intelectual devaluada. De esas que se queman las neuronas, que leen gigabytes de libros, de revistas, de páginas web, de pasquines, de peticiones y no logran nunca nada. Como una máquina que consume el máximo de petróleo sólo para mantener su recalentamiento, el intelectual devaluado consume un máximo de facultades intelectuales... ¡para nada!” Ésta es la amarga constatación que se muestra en un blog sostenido de manera anónima por Séverine, una diplomada parisina de 28 años sacudida entre becas, RMI (Ingreso Mínimo de Inserción, según su sigla en francés), trabajos temporarios y desempleo. Un sentimiento de relegación que comprende muy bien Alexandre, de 27 años, periodista independiente y autor de una tesis sobre ecología publicada por una importante editorial. Aunque él se vea imposibilitado para hacer fructificar sus ideas, otros tienen a veces la delicadeza de encargarse de ello en su lugar: “Hay jefes de redacción que cuando uno les propone por teléfono un tema para un artículo, responden: ‘Muy interesante, ¿podría decirme algo más?’ Y quince días más tarde uno encuentra ese tema en el diario, trabajado por un empleado fijo.”
Texto completo en la edición impresa del mes de mayo 2006
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