Hasta la locura es sospechosa

En Francia, en los últimos veinte años los sucesivos gobiernos desmantelaron la psiquiatría pública. La eliminación de decenas de miles de camas en los hospitales se acompaña con un criterio cada vez más securitario. Considerados como peligrosos antes que como pacientes, demasiados enfermos son enviados a la cárcel. Se vuelve así a una concepción de encierro del enfermo mental que se creía superada.

Cuando se produjo el drama del hospital psiquiátrico de Pau, en diciembre de 2004, los “locos” concitaron rápidamente la atención de los estrados, los canales de televisión y los diarios. No para hablar de su situación, tan compleja, sino para alertar a los ciudadanos sobre su peligrosidad. El antiguo miedo a los locos se sumó así a la angustia de las potenciales víctimas, ya preocupadas a golpe mediático por los delincuentes sexuales, los terroristas, la gripe aviar, los inmigrantes clandestinos, los integristas islámicos de todas las corrientes. Rápidamente, el ministro de Salud Xavier Bertrand decidió entonces destinar fondos para contratar vigilantes, dotar a los hospitales de sistemas de alarma independientes, crear rápidamente “cámaras aseguradas”, así como unidades de cuidados intensivos en psiquiatría. Incluso mencionó la creación de “unidades para enfermos agitados y agresivos” (UMAP, según la sigla en francés), lo que significa, en el fondo, el restablecimiento encubierto de los antiguos pabellones de seguridad.

Después de semejante tormenta cabe preguntarse: ¿los enfermos mentales son más peligrosos que el común de los mortales? No, responden –por una vez unánimes– los psiquiatras. Todos los estudios demuestran que, en proporción, la población general comete más crímenes. Los enfermos mentales son, en cambio, víctimas frecuentes de la violencia social, económica, a veces física. Debido a su vulnerabilidad, tienen una esperanza de vida promedio 10 años menor que la del resto de la población.