En busca de nuevos conceptos, ciertos medios evocan un “eje chiita” que reagruparía a la República Islámica de Irán con sus aliados en el Líbano y en Irak. Pero la religión no basta para definir un conjunto homogéneo. Ni a escala de Medio Oriente, ni siquiera en cada uno de los países en cuestión. Lo demuestra la diversidad del chiismo iraquí, dividido entre la empatía y la hostilidad hacia el chiismo persa.
La violencia en Irak alcanza un umbral crítico del que los medios de comunicación, hastiados de un conflicto de larga data con el que compite la novedad de la guerra del Líbano, no dan cuenta suficiente. Los ataques de carácter sectario entre sunnitas y chiitas se han vuelto rutinarios y provocan diariamente decenas de muertos y cientos de heridos.
Estas violencias superan ampliamente a las operaciones que apuntan a las fuerzas de ocupación. Así, en la capital, Bagdad, el curso del Tigris representa una línea de fractura entre una margen izquierda ampliamente chiita (Al Rusafa) y una margen derecha mayoritariamente sunnita (Al Karkh). Grandes enclaves subsisten desde luego de un lado y otro, especialmente los barrios con fuerte connotación religiosa de Al Kadhimiya (chiita) y Al Adhamiya (sunnita). Pero el proceso de polarización, por el cual se forman verdaderas líneas de frente, “anuncia combates más violentos y más estructurados”, tal como lo señala un representante del grupo armado sunnita Jaish Ansar Al Sunna.
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