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Implicar a las naciones en el proyecto común

Un pragmatismo sin voluntad

La Unión Europea está integrada hoy por veintisiete Estados. ¿Cuenta acaso por ello con un proyecto de sociedad compartido, surgido de su seno y no de la lógica del mercado? La ausencia de voluntad común que la caracteriza no logra disimular el rechazo de Francia y Holanda a un Tratado Constitucional, al que ciertas capitales se aferran aún como a una tabla de salvación. No se podrá escribir una nueva página colectiva de su historia haciendo abstracción de cada una de sus naciones.

Europa es víctima de su decisión de no pensarse a sí misma. Para volver a afirmarse, no necesita contar con un órgano supuestamente ausente (una presidencia, por ejemplo), sino cambiar radicalmente de método, salir de la serie de plazos inscriptos en el calendario de sus instituciones, que sólo atañen al desarrollo del aparato y no a la orientación del proyecto. El derrotero habitual, llamado funcionalista, es el desarrollo de un supuesto práctico: el mercado es una maravillosa máquina de unificar; es y debe ser la base e incluso la matriz de todo.

Según este postulado, la Europa política no debe desearse ni organizarse por sí misma. Llegará, llegará inevitablemente cuando el mercado haya producido sus efectos en los pueblos. En su actual manera de funcionar (en crisis), el mercado único y la Europa política y social son considerados como dos segmentos de la misma recta, mientras que es su compatibilidad la que plantea dificultades. Los artífices de Europa siempre apuntaron más allá del mercado, a partir del mercado. Este deseo se vio siempre frustrado. La grieta entre la Europa mercantil, la de la competencia entre los pueblos, y la Europa de la solidaridad y las ambiciones comunes sigue siendo negada o impensada.

Este presupuesto práctico en favor del mercado como base de la unión del continente es inseparable de una antigua decisión estratégica: a falta de poder para generar directamente un objetivo común, se eligió convertir a Europa en una entidad homogénea de la que tarde o (…)

Artículo completo: 470 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de enero 2007
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Paul Thibaud

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