“Simplificando: el racismo clásico parte de una representación física o biológica de la alteridad para, ante todo, considerar inferiores a ciertas personas; el nuevo racismo tiene su origen en una representación cultural o religiosa de la alteridad para, ante todo, segregar, rechazar, incluso eliminar o destruir.” Michel Wieviorka
A punto de cumplirse 13 años desde el atentado que destruyó su sede social y provocó numerosas víctimas, la Asociación Mutual Israelita Argentina ha reconstruído el edificio en el mismo sitio y ampliado las ya notables prestaciones sociales que ofrece no sólo a judíos, sino a toda la comunidad. Entretanto, las opiniones sobre el grado de antisemitismo existente en Argentina divergen y el atentado sigue sin esclarecerse.
Nacida hace más de cien años, en 1894, la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en sus orígenes se dedicó a ayudar a huérfanos y viudas, a asesorar a inmigrantes judíos –provenientes en su mayoría de Europa Oriental– y a organizar sepelios. Tal es así que el primer nombre de la institución fue Jevrá Kedushá, que significa “sepultura honrosa”. Es que hasta ese momento, en Argentina, sólo existían cementerios para los denominados disidentes, disponibles para todas las confesiones religiosas no católicas. Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, la institución amplió sus servicios y funciones, volcándose a la ayuda social. “Había mucha gente que venía sola, sin familia; en ese momento la AMIA se transformó en un centro de integración y de reunión de toda la comunidad judía”, dice Luis Grynwald, presidente de la AMIA.
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