En su versión tradicional, la arqueología es una disciplina mítica, que popularizaron los pioneros del siglo XIX y principios del XX, y las caras aventureras y glamorosas de Harrison Ford y Lara Croft... Pero su versión moderna, denominada preventiva, sigue teniendo poca aceptación en el ámbito de la economía y los agentes de decisión, y suscita a veces comentarios de virulencia que no tiene equivalente para con una disciplina científica. Así es como se pudo escuchar en los debates en el Parlamento de los años 2002 y 2003 a algunos diputados de distintos partidos poner en cuestión el principio mismo de la arqueología preventiva y su servicio público, estigmatizando el trabajo de los arqueólogos : éstos sólo encontrarían «restos de vajilla» y otros «viejos envases de Coca Cola», generando el hartazgo de sus conciudadanos.
No es nueva esta animosidad: desde mediados de los años ’70, sucesivas crisis jalonaron el desarrollo de la arqueología preventiva. Y si bien la creación en 2001 del Instituto Nacional de arqueología preventiva consolidó el éxito del emprendimiento militante de los arqueólogos, y aseguró la legitimidad de su actividad, las recurrentes dificultades de financiamiento que encuentra desde entonces evidencian la dificultad de su aceptación.
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