El fracaso de la ocupación de Irak no hizo más que acentuar la crisis en el seno de la elite estadounidense en momentos en que ya se manifestaba el desmoronamiento del Consenso de Washington y emergían otras potencias económicas. La fractura del establishment de seguridad nacional que dirige al país desde la Segunda Guerra Mundial compromete la legitimidad internacional de Estados Unidos.
Las desastrosas consecuencias de la invasión y ocupación de Irak provocaron en el seno de la elite estadounidense una crisis aun más profunda que la ocasionada por la derrota en Vietnam hace treinta años. El colmo de la ironía: esa crisis afecta a la coalición de ultranacionalistas y neoconservadores que se formó en la década del ’70, precisamente para tratar de terminar con el “síndrome de Vietnam”, restaurar el poderío estadounidense y reactivar la “voluntad de victoria” en el país.
Si, a diferencia de lo ocurrido durante la guerra de Vietnam, no se registra una protesta masiva duradera y popular, fue sin duda porque el ejército está compuesto ahora por voluntarios provenientes esencialmente de medios pobres y también porque esa guerra es financiada, de una forma o de otra, por capitales extranjeros, aunque no se sabe por cuánto tiempo más. Pero al interior de la “elite”, la crisis fracturó al establishment de seguridad nacional que dirige el país desde la Segunda Guerra Mundial.
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