La izquierda buscó siempre apresurar el relevo social y movilizar a las masas populares contra el capitalismo. Desde hace treinta años varias formaciones socialistas o laboristas han invertido la perspectiva, comenzando a privilegiar a las clases medias. Duménil y Bidet, lejos de querer borrar el papel histórico de las clases populares, les sugieren encarar nuevas alianzas. Con el fin –quizá– de volver a tomar la delantera.
En la tormenta de la mundialización neoliberal, la izquierda entró en recesión. Francia, país de la supuesta excepción, se alinea en una situación que en la actualidad es casi general: un debilitamiento histórico del antagonismo entre pretensiones políticas rivales. Asumiendo el discurso de la derecha reaccionaria y una política económica liberal, Nicolas Sarkozy consiguió hacerse oír en los estratos populares más fragilizados. Logró convencerlos de que él tiene los medios para hacer realidad las esperanzas que encarnaba la izquierda, convocando a sus ideólogos y neutralizando a sus líderes. ¿Triunfó la última convergencia sobre la “lucha final”?
Al término de la Segunda Guerra Mundial, el desafío de un poder de izquierda, sostenido por décadas de lucha, se concretó en el “compromiso socialdemócrata”, con múltiples variantes, de los centros a las periferias. El capitalismo seguía desplegándose en guerras coloniales y destrucciones ecológicas, pero los privilegios de la propiedad capitalista habían disminuido: bajas tasas reales de interés, escasas distribuciones de dividendos, moderadas alzas de la Bolsa, predominio del sector no financiero. Y se instalaban industrias nacionales, servicios públicos, una seguridad social, políticas de empleo y desarrollo. Toda una dinámica “socializante”, a veces vehiculada por fuerzas políticas de izquierda. 1968 marca su apogeo.
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