Irlanda

Imaginemos que un jurado popular acaba de pronunciar un fallo de absolución, y que el presidente del tribunal concede nuevamente la palabra al fiscal para que prosiga con su alegato. Y que esta vez, logra condenar al acusado. Por qué no, si el 12 de junio pasado, poco después de que los irlandeses rechazaran por amplia mayoría el Tratado de Lisboa (que sólo puede entrar en vigor si es aprobado por la totalidad de los veintisiete Estados miembro de la Unión Europea), la mayoría de los dirigentes europeos hizo saber que el proceso de ratificación seguiría adelante...

“Europa” está acostumbrada a que sus elites atenten contra la soberanía popular. Se ha vuelto su signo distintivo, incluso cuando se presenta como el reino de la democracia en la Tierra.

Porque rechazaron un tratado

“simplificado” suficientemente incomprensible como para que su primer ministro Brian Cowen admitiera que no logró leerlo íntegramente, los irlandeses habrían según un diputado europeo resucitado el recuerdo de una “democracia popular”. “No es por casualidad que el referéndum es el procedimiento más apreciado de los dictadores”, confirmó uno de sus colegas (1). Por su parte, el presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Pöttering, concluía: “el ‘no’ irlandés no puede ser la última palabra” (2). Habrá pues un segundo referéndum sobre el tratado de Lisboa, y quizás también un tercero: en Dublín habrá que votar hasta que gane el “sí”, pues así lo reclaman... los Estados donde los electores no fueron consultados ni una sola vez.

¡Los irlandeses tienen la culpa! Ingratos, egoistas, populistas, les cuesta elevarse al nivel de generosidad y de abnegación de su clase dirigente. Salvo cuando, al darles el poder, le conceden mandato para aplicar “reformas audaces”. Pero en esos casos, no votan una segunda vez. En eso, son de hecho muy europeos...

El mecanismo se atrancó. La marca Europa se difundió y vendió sin cesar, evocando la paz, la prosperidad, la justicia, la igualdad. Imprimió (...)