Ante la creciente marea de inmigrantes haitianos que sueñan con mejorar su desesperante situación en la vecina República Dominicana, el gobierno de este país adoptó una política migratoria de fuerte sesgo discriminatorio e inocultable trasfondo racista. Los haitianos inmigrados no sólo padecen una feroz explotación laboral, sino que se les niega además el acceso a la nacionalidad dominicana.
Cerca de veinticinco mil haitianos llegan cada año, para el inicio de la zafra –temporada de cosecha de la caña de azúcar– a la ladera frondosa de la isla, es decir, a República Dominicana. La mayor parte engrosará las filas de los braceros, cortadores de caña al servicio de la opulenta industria azucarera. Seducidos por las promesas de salarios fabulosos de unos traficantes sin escrúpulos, los buscones, los zafreros haitianos quedan atrapados en el engranaje: guardias de frontera o simples ladrones que se hacen pasar por policías los extorsionan, apenas llegan se les confiscan sus papeles, acaban hacinados en los bateyes (galpones cercados por alambrados de púa sin electricidad ni agua potable). De modo que a cambio de un salario miserable, los llamados peyorativamente “congos” deben trabajar desde el alba hasta la caída del sol.
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