En América Latina, la lucha contra el narcotráfico es un fracaso rotundo. A tal punto que los presidentes de Honduras y de México, Manuel Zelaya y Felipe Calderón, provocaron una sorpresa al sugerir la despenalización de algunas drogas para detener la plaga. En México, donde se lanzó al ejército a una guerra contra los cárteles, la violencia de las pandillas provocó más de 3.800 víctimas desde principios de 2008.
Juan y Paco circulan a toda velocidad por las calles de Culiacán, capital de Sinaloa, un Estado de la costa mexicana del Pacífico, frente a Baja California. Son cerca de las 11 de la noche cuando pasan sin aminorar a un vehículo de la policía local. Juan va al volante, Paco sostiene el walkie-talkie, y ambos ajustan sus corbatas. El aparato crepita: “Paco, hay cuatro muertos, están cerca de la iglesia, es una Chevrolet roja. Esperamos noticias suyas”. Parece un automóvil de la policía. Nada de eso. Los dos compadres son empleados de pompas fúnebres. Con una particularidad: su tarjeta personal dice “especialista en fusilamientos”...
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