Durante el siglo ya transcurrido, sólo dos elecciones presidenciales cambiaron realmente de manera profunda el paisaje político estadounidense. La victoria de Franklin Delano Roosevelt en 1932, que les permitió a los demócratas tomar la delantera durante toda una generación, y la elección de Ronald Reagan en 1980, que puso al país bajo la hegemonía republicana durante la parte principal de los veintiocho años siguientes. Aun cuando es demasiado temprano para afirmarlo con certidumbre, el acceso de Barack Obama a la Casa Blanca marca tal vez el comienzo de un período otra vez propicio para los demócratas.
Es cierto que Obama sólo ganó por cerca de siete puntos (52,7% contra 45,9%), lo que no constituye algo que barre con todo. Pero una victoria aplastante no necesariamente es el signo anunciador de un cambio social suficientemente profundo como para darle ventaja a un partido en el largo plazo. En 1964, Lyndon Johnson aplastó a Barry Goldwater por 23 puntos (61% contra 38%); en 1972, Richard Nixon venció a McGovern con la misma diferencia (60,6% contra 37,5%). Pero cuatro años después de esos dos triunfos electorales, fue un candidato del partido contrario quien ocupó la Casa Blanca...
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