En todo el mundo la industria automotriz reduce su producción, despide trabajadores y recibe dinero público. En Europa, las ventas de automóviles nuevos retrocedieron un 7,8%, con una caída espectacular en España, el Reino Unido e Italia. En Japón, disminuyeron un 6,5%, retrocediendo al nivel de 1974. En Estados Unidos la caída es brutal y la existencia misma de los tres grandes fabricantes está amenazada.
Símbolo del American way of life y del Estados Unidos conquistador de la posguerra –¿acaso Charles Wilson, director general de General Motors (GM), no dijo en 1953 “lo que es bueno para Estados Unidos es bueno para GM, y viceversa”?–, las tres principales empresas automotrices estadounidenses, llamadas las “Big Three” (las tres grandes), General Motors, Ford y Chrysler, están en quiebra y ante la amenaza de desaparecer.
Por más brutal que sea, la crisis actual no es más que el resultado de un largo proceso de declinación de empresas conducidas por un management arrogante y autista, obnubilado exclusivamente por la rentabilidad financiera, y que se atribuía salarios desmesurados, de la misma manera que una gran parte de las elites administrativas estadounidenses. Así, Alan Mulally, consejero delegado de Ford, cobró 21 millones de dólares en 2007; los herederos familiares del fundador de la empresa se otorgaron el 40% de los derechos de voto en el Consejo de Administración, aunque no poseen más que el 6% del capital...
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