La reacción ha sido sólida, unánime y clara: repudio general a lo ocurrido en Honduras. Las sanciones no se hicieron esperar. Se ha actuado sin vacilar, sin siquiera un momento de duda. Sorprendente tal grado de unanimidad y eficiencia por parte de la comunidad internacional. Es que lo que ocurre en Honduras nos “afecta” directamente a todos. No lo hace en el sentido de causarnos algún perjuicio directo, pero sí en tanto que nos produce una “afección”: nos causa rabia, impotencia, dolor, miedo... Estamos frente a un quiebre, una ruptura violenta que necesariamente nos remite a la historia reciente y no tan reciente del continente. Levantamientos, pronunciamientos, los Golpes de Estado, gobiernos de facto y dictatoriales. La Honduras de hoy nos hace revivir las persecuciones, las arbitrariedades, los abusos, las violencias de ayer. El recuerdo de los dolores pasados nos afecta, sobre todo, por temor: miedo a volver a sentirlo, a estar envueltos una vez más en ese torbellino de violencia y muerte. Miedo a vivir asustados, en la indefensión del vernos sometidos al arbitrio del poderoso, sin control ni contrapeso.
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