Es emocionante ser testigo y colaborador de un esfuerzo marcado por la defensa de dos derechos fundamentales: el derecho a informar y el derecho a ser informado. Es cierto que ambos derechos deberían ser parte de un todo llamado libertad de expresión, mas por mandato del poder del mercado no es así, y los medios de comunicación mayoritariamente en manos de grandes grupos se han convertido en una repetición del discurso del poder dominante.
Y es justamente en este mundo de medios obedientes, desinformadores y deformadores, en el que las excepciones de prensa independiente como la edición chilena de Le Monde Diplomatique tienen una importancia más que relevante.
Son escasas las revistas o periódicos independientes que llegan a publicar el número 100, y mucho más raras todavía las publicaciones que festejan su número 100 conservando la misma línea de intenciones, de estilo, y de coherencia informativa del primer número.
Recuerdo especialmente una tarde, en Santiago, en que participé en la presentación de la editorial “Aún Creemos en los Sueños”, que hace posible la edición chilena de Le Monde Diplomatique. La sala estaba repleta de amigas y amigos, periodistas y lectores, ligados por la convicción de una necesidad básica: mantener a toda costa expresiones de prensa independiente, crítica y postuladora de ideas alternativas, Sin mayores palabras, sin que fuera necesario un discurso fundador, todas y todos los que ahí estábamos sabíamos que, paso a paso, línea a línea, palabra a palabra, de idea en idea, participábamos de la más resistente de las intenciones: la de colaborar en la construcción de un nuevo lenguaje de izquierda, creativo y capaz de asumir la complejidad del siglo XXI. Sin embargo del entusiasmo reinante en esa sala, para muchos chilenos la experiencia de una edición chilena de Le Monde Diplomatique estaba destinada al fracaso, porque la destrucción cultural lograda por la dictadura condenaba a los escasos lectores de prensa a la triste condición de consumidores de titulares amarillos, e incluso más de alguien opinó que el nivel de esa publicación “afrancesada” era incomprensible para el lector medio de Chile.
Podría emplear muchas páginas en demostrar que tal afirmación era equivocada, así que, como soy escritor de novelas, me permitiré citar una anécdota rigurosamente cierta. Hace unos seis años, un día de febrero, sentí que la (…)
Texto completo en la edición impresa del mes de septiembre 2009
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