El jefe de Gobierno de Italia, Silvio Berlusconi, parece inoxidable. Los escándalos personales –la organización de fiestas en sus residencias con prostitutas y drogas– no parecen afectarlo, e incluso il Cavaliere atribuye su difusión a la hostilidad de la prensa y a una oposición política en ruinas. ¿Acaso su desprecio por las reglas comunes, su liberalismo económico –a veces relativo– y su política anti-inmigrantes explican su éxito político?
El éxito político de Silvio Berlusconi no es de ninguna manera un rayo en el sereno cielo de la historia de Italia, ni un ovni caído en pleno centro de una democracia eficaz y un mercado transparente. Por el contrario, representa la síntesis y la seguridad de su declinación así como de su inmovilismo; y es, en parte, su causa.
Desde 1978, año del asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas, Italia ha padecido de una falta de objetivos políticos y de un impulso reformador; ha sufrido una decadencia del sentido cívico ligada a la extinción progresiva del fundamento de la legitimidad de la República: el antifascismo. Después, a partir de los años 80, el papel regulador de la política y del derecho disminuyó en beneficio de un mayor peso de las exigencias de la economía. Pero de una economía cuyo carácter “liberal” es puramente ideológico, porque su sustancia es neocorporativa y clientelista...
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