En momentos en que el ejército paquistaní lanza una ofensiva a gran escala en Waziristán del Sur, en Estados Unidos se intensifica el debate sobre el despliegue militar en Afganistán. Muchos analistas, como el autor de este artículo, establecen un paralelo con el empantanamiento en Vietnam: gobiernos títeres y corruptos, escasos éxitos administrativos y un esfuerzo militar tan costoso como inútil. Una guerra que, lejos de su objetivo, amenaza a la sociedad estadounidense.
En un documental titulado Combat Patrols Afganistan donde relata su estadía en Afganistán junto a las tropas estadounidenses, el director Bing West se hace eco de una opinión generalizada en Estados Unidos: “Hay que infligir mayores pérdidas a nuestros enemigos durante los combates para quebrar la moral de los talibanes y sus redes. También debemos poner en práctica nuevas estrategias para aumentar las pérdidas enemigas en el campo de batalla”.
Semejante proyecto traduce a la vez desconocimiento de Afganistán e indiferencia respecto a su población. En efecto, guste o no, a los ojos de esa población mayoritariamente pashtún los talibanes representan la única organización político-militar eficaz de un país al que están arraigados tanto por la religión (un islam muy específico) como por el código de honor. Enfrentarlos equivale entonces a atacar a todos los afganos; un combate imposible de ganar...
Texto completo en la edición impresa del mes de noviembre 2009
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