El 15 de mayo de 2009, la central térmica de Pikalevo, pequeña ciudad de la región de San Petersburgo, cargada de deudas, dejó de funcionar, privando de agua caliente a sus 21.000 habitantes. Después de meses de tensiones, este hecho encendió la mecha. El lunes siguiente, uno de los sindicatos locales distribuyó panfletos instando a cortar la ruta federal Vologda-San Petersburgo que bordea la ciudad. El martes, trescientos obreros de la fábrica Bazel, perteneciente al oligarca Oleg Deripaska –el magnate del aluminio ruso–, bloquearon la A-114 cantando la “Internacional”. Pronto se sumaron las mujeres y los hijos de los obreros de las tres fábricas de la ciudad, dos cementeras y una industria química (nefelina). Todas habían cerrado a comienzos de año, dejando sin empleo a 4.000 habitantes de la ciudad.
En pocas horas, estalló el caos: ¡438 kilómetros de embotellamiento! El gobernador de la región intentó calmar a los manifestantes diciéndoles que había trabajo en otras ciudades de la región: fue en vano. Por su parte, la milicia no intentó dispersarlos. Algunos afirman que no querían correr el riesgo de lastimar a los niños; otros señalan que ese martes, ya se decía que el Primer Ministro Vladimir Putin acudiría al lugar, y que convenía pues evitar el enfrentamiento...
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