«Contra los indios todas las armas se usaron con generosidad: el disparo de carabina, el incendio de sus chozas, y luego, en forma más paternal, se empleó la ley y el alcohol. El abogado se hizo también especialista en el despojo de sus campos, el juez los condenó cuando protestaron, el sacerdote los amenazó con el fuego eterno» (Pablo Neruda, Confieso que he vivido).
Es triste ver cómo lo escrito hace tantos años sigue tan vigente en el Chile de hoy.
Los veinte años de gobiernos post dictadura, presididos por democristianos y socialistas, conspiraron para que el mundo de los derechos humanos dejara de mirar a este país. Y cuando se deja de mirar, se deja de conocer, y la ignorancia pasa a ser el mejor aliado de los abusadores y de la impunidad.
La impunidad ha tenido otro aliado, aquel que lleva a muchos a sentir y pensar que como las violaciones a los derechos humanos del presente no tienen comparación con las cometidas en la dictadura de Pinochet, ellas deben de ser toleradas, o que por no ser tan graves, no son atropellos...
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