El pasado 13 de noviembre, los generales en el poder en Birmania liberaban a Aung San Suu Kyi, una vez que cumplió su pena de encarcelamiento, y consentían que la principal opositora celebrara una reunión pública. Mediante este gesto, esperaban entablar negociaciones con el extranjero para levantar el embargo occidental. Sin correr grandes riesgos en el plano político interno: las elecciones parlamentarias tuvieron lugar antes de esa excarcelación.
El 7 de noviembre de 2010, con la organización de elecciones parlamentarias, la Junta Militar birmana prosiguió, imperturbable, la aplicación de su “hoja de ruta hacia una democracia disciplinada”. Una semana más tarde, liberaba a la opositora Aung San Suu Kyi, en una euforia que encubría, sin embargo, una realidad ineludible: el paisaje político del país, aunque evoluciona profundamente, no por eso sigue estando menos dominado por las Fuerzas Armadas (Tatmadaw). Como mucho, este simulacro de comicios, así como el conjunto del proceso de transición que inició la Junta Militar en 2003, sólo servirían para ratificar el papel político de una anacrónica dictadura militar. Sin embargo, ese seductor esquema encubre los profundos cambios nacionales y locales que se operan simultáneamente en el ejército y en la oposición...
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