Pollos “fabricados” con la misma lógica empresarial que impulsa las cadenas de montaje de las fábricas de autos, tomates disponibles en cualquier estación del año, huertos donde se explota a trabajadores inmigrantes… Sí, pero se trata de productos orgánicos o “bio”… El movimiento lanzado hace algunos decenios por militantes deseosos de defender las prácticas tradicionales de los pequeños campesinos corre ahora el riesgo de sucumbir ante la voracidad de las grandes compañías de distribución de alimentos, que han descubierto un atractivo nicho de mercado y aplican sobre él las estrategias productivistas que las caracterizan.
“¡Los ecologistas y los setentistas han dejado su lugar a los profesionales!” Así se expresaba en junio de 2009 un técnico de la cooperativa Tierras del Sur que, en Lot-et-Garonne, organizaba una jornada “de descubrimiento” en la cría intensiva de pollos biológicos. El rendimiento de las instalaciones entregadas “llave en mano” por la cooperativa, los créditos y las ayudas públicas propuestas se suponía que iban a convencer a los agricultores invitados. En efecto, para aprovisionar a la gran distribución y a los comedores colectivos, las poderosas cooperativas agrícolas, vinculadas a las grandes firmas de la industria agroalimentaria, están ahora en una competencia feroz en la cría de esos pollos por encima de cualquier sospecha. Aprovechan la nueva reglamentación europea que le permite a un granjero producir hasta 75.000 pollos de carne bio por año y no limita el tamaño de la crianza de gallinas ponedoras (...)
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