Régimen absolutista, fuerte corrupción, desigualdades flagrantes y desempleo inquietante, especialmente entre los graduados: los dirigentes marroquíes se dieron cuenta muy rápidamente que, con escasas variantes, todo llevaba a la población del reino a retomar los reclamos que habían conducido a las revueltas en Túnez y Egipto. Menos de dos meses después de la caída del dictador tunecino, Zine el-Abidine Ben Ali, el rey Mohamed VI se esforzó por responder a las reivindicaciones populares: el 9 de marzo pronunció el discurso más importante de su reinado, anunciando una “reforma constitucional global”. Un avance considerable. Pero, ¿será suficiente?
Desde hace algunos meses, los llamados a una verdadera monarquía constitucional no especuladora se multiplican, tanto en las redes sociales como entre los militantes de asociaciones, en el seno de pequeñas formaciones de izquierda o entre los islamistas de Al-Adl wal Ihsan (Justicia y Caridad, un movimiento tolerado que se atribuye doscientos mil adeptos). Tras haber esperado varias semanas para reaccionar a los acontecimientos de Túnez y Egipto, esos últimos denunciaron la “benalización” del régimen y llamaron a participar en lo que constituiría un verdadero acontecimiento fundador: la marcha pacífica por la dignidad del pueblo el 20 de febrero de 2011...
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