La revolución egipcia da sus primeros pasos

Youssef Chahine no reconocería el edificio negro y blanco de la estación central de El Cairo, escenario de una de sus más bellas películas, filmada en 1958, que cuenta el amor imposible del pobre Kenaui, rengo y pobre de espíritu, por la bella Hanuna. No sólo la colosal estatua del faraón Ramsés II fue desplazada a la meseta de Giza, sino que la fachada, hoy renovada y barnizada, brilla al sol.

El decorado de la estación central de ferrocarrilles de El Cairo disimula mal el gran descalabro que reina en su interior. Los pasajeros apurados se abren camino en busca del andén correcto a través de una obra en plena actividad, en medio de los andamios, zigzagueando entre escombros y charcos de barro, sin indicación alguna para guiarse. El tren para Mahallah El-Kubra, “el gran almacén”, arranca a las 13:15 hs. Los vagones sucios, con ventanas opacas, son tomados por asalto. Sólo dos de ellos, “mejorados”, ubicados a la cola del convoy, brindan, a precios más elevados, lugares reservados y aire acondicionado, cuando la temperatura roza los 40ºC...