Entre los innumerables haberes con que ya cuenta el actual movimiento social ha estado el generar una lúcida conciencia de sí y en consecuencia un necesario y saludable cuestionamiento y debate acerca de cómo reconstruirse, fortalecerse y constituirse en un sujeto de transformación y cambio para el Chile de este Siglo XXI.
Este necesario debate, para el cual muchas veces no hubo quórum, parte de la constatación de que durante las últimas dos décadas y a raíz de los pactos de gobernabilidad entre la Concertación y la derecha, tendientes no sólo a honrar el compromiso con una “democracia protegida”, sino a dar continuidad y profundizar el modelo económico neoliberal, tanto el movimiento social como el sindical han sufrido y sufren una serie de imposiciones estructurales tendientes a excluirlos de la participación política y atomizar su accionar, imponiendo lo individual sobre lo colectivo, lo formal sobre lo real, la institución sobre el movimiento, lo adjetivo sobre lo sustantivo tratándose de luchas y transformaciones.
Ello no pasa inadvertido para la mayoría y se traduce en una profunda crisis de las estructuras sociales y sindicales, estas últimas no sólo entre los trabajadores que estamos afiliados a ellas, sino también respecto de los miles de trabajadores que se mantienen desvinculados de la estructura sindical que reconocemos como matriz.
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