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Un sector entregado por entero al mercado

La energía eléctrica enciende las próximas batallas

El sector energético chileno reproduce y amplifica el modelo de libre mercado junto a todas sus contradicciones y distorsiones. Es un sistema hecho a la medida para un desarrollo productivo basado en la extracción de recursos naturales, cuyos beneficios son corporativos y sus externalidades han sido tradicionalmente absorbidas por la ciudadanía. En los últimos meses, sin embargo, todo ha cambiado. La sociedad civil ha ingresado a la escena como un poderoso actor, que está cuestionando el modelo económico desde sus cimientos. Pero no es el único actor; ha ingresado a escena un viejo antagonista: el gobierno, como brazo político de aquellas corporaciones.

El sector eléctrico es un referente magnificado de los efectos directos e indirectos que numerosas otras actividades humanas entregadas al mercado están afligiendo a la población. Se trata de un sector considerado como piedra angular para la instalación del modelo neoliberal, pionero en el proceso de privatizaciones durante la década de los 80 y también pionero en el proceso de internacionalización de las inversiones que caracterizó a la década siguiente. La privatización y entrega de este sector estratégico a las fuerzas del libre mercado marcó el inicio y el contagio en la región de aquel eufemismo referido a la ultranza mercantil denominado “reformas estructurales”.

Las distorsiones y corrupciones que padecen otras áreas de las actividades humanas reducidas a servicios o mera actividad económica tales como la educación, la salud o el transporte, están presentes y amplificadas en el sector energético, que padece no sólo todo tipo de torsiones internas, sino que deformaciones y contradicciones que penetran otras variadas áreas Los efectos de este sector emblemático para la instalación y consolidación en Chile del modelo de mercado, aun cuando es posible observarlos con evidencias poco beneficiosas sobre el medio ambiente, decenas de comunidades o pueblos originarios, están presentes de un modo igualmente concreto en la profundización y extensión de un sistema económico de mercado basado principalmente en la extracción de recursos naturales. La expansión del sistema energético ha ido a la par con la ampliación de los grandes proyectos extractivos.

Lo que presenciamos hoy en día es una parte más de este proceso. Los proyectos mineros de aquí hacia mitad de la década suman 65 mil millones de dólares, según la Sociedad Nacional de Minería, impulso que tiene también su referente en los grandes proyectos energéticos. Sólo con HidroAysén en la Patagonia y la Central Castilla en Atacama -la misma zona del proyecto aurífero Pascua Lama- las inversiones se elevan a casi ocho mil millones de dólares para generar más de cinco mil megawatts de potencia.

Hace poco más de un mes una avería dejó sin electricidad a gran parte de Chile. Pese a la campaña de HidroAysén, que ha relacionado la suspensión de este proyecto con una eventual falta de oferta futura de energía, la falla estuvo en la red de transmisión eléctrica, la que, según cálculos independientes, requeriría hasta unos mil millones de dólares durante los próximos cinco años para superar estos episodios.

Pero esta es una estimación que poco tiene que ver con el curso de los hechos. En un modelo de libre mercado, son finalmente la oferta, la demanda y la rentabilidad las variables que determinarán las inversiones. Un fenómeno que es aplicable a la transmisión pero particularmente expresivo en la generación eléctrica, en el que decisiones sobre rentabilidad han sido las determinantes en el actual diseño y estructura de este sector. Al mismo tiempo, fenómenos climáticos o las alzas en el precio del petróleo han conducido a otras decisiones económicas orientadas a reducir costos de producción, lo que ha derivado en una matriz energética cada vez más basada en el carbón.

Así ha actuado el mercado sobre este sensible y estratégico sector. Reduce costos con efectos nocivos en el medio ambiente. Según un informe de IM Trust para el primer semestre del 2011, la generación hidroeléctrica sólo representó el 33 por ciento del total, en tanto el carbón, junto al diésel y el gas natural licuado concentraron el 63 por ciento. Las energías renovables no convencionales (ERNC) bajo un tres por ciento (1). De continuar este proceso, la generación de termoelectricidad por carbón podría triplicarse hacia el año 2030, convirtiéndose en el principal insumo, con alrededor del 60 por ciento del total (2).

Esta disminución de costos, que va en perjuicio del medio ambiente, sólo redunda en beneficios para los inversionistas. Porque esas reducciones no se han visto reflejadas en el bolsillo de los consumidores finales, que han sido históricamente expuestos a las constantes alzas de las tarifas, proceso que, por cierto, explica las enormes utilidades de estas empresas: pese a haber reducido su (...)

Artículo completo: 2 558 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de noviembre 2011
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Paul Walder

Periodista

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