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¿Qué significa ser militante de izquierda en Italia?

Pastas frescas rellenas de carne –casoncelli– y pollo al curry: en Brescia, el principal círculo del Partido Demócrata (PD) ofrece un menú de “colores y sabores”. Detrás de la barra atiende solícitamente una joven senegalesa. Todo un símbolo aquí donde la Liga Norte, conocida por sus posiciones xenófobas, gobierna la ciudad y la provincia en el seno de una coalición de derecha desde 2008. Sentados alrededor de un expresso, varios viejos militantes, casi todos ex comunistas, comentan las noticias de actualidad, desde el “Rubygate” hasta la condición de los obreros de la automotriz Fiat. En este barrio popular, al igual que en el centro, los extranjeros conviven desde hace veinticinco años con la población local. Representan el 15% de los habitantes de la provincia y su fuerza de trabajo constituye el motor de la industria pesada, el sector servicios y la ganadería. En el norte de Italia, la inmigración extranjera –un fenómeno que se remonta a los años 1970– es un tema prioritario para el PD, el único partido de centroizquierda con representación en el Parlamento, donde es apoyado por otros dos partidos que consideran superada la división derecha izquierda: Italia de los Valores y los Radicales italianos.

Nacido en 2007 de la unión de los progresistas de izquierda y de los católicos demócratas, el PD cuenta, después de cuatro años, con setecientos mil miembros y más de siete mil círculos. En sus estatutos, se presenta como reformista, europeo y de centroizquierda. Pero sus propios partidarios lo acusan a menudo de ser nebuloso, demasiado conciliador, con frecuencia provocador, y de desinteresarse por los más débiles. En pocas palabras, de haber renunciado al sueño de cambiar el mundo. “Yo también fui inmigrante –cuenta Ugo Zecchini, un obrero jubilado de 68 años–. Venía de Toscana y me trataban, de modo denigrante, como un meridional. Por eso me identifico con los extracomunitarios que trabajan en el Norte. Las discriminaciones impuestas por la Liga son un problema serio que la izquierda actual no ha sabido medir en su verdadera dimensión.” En el marco de un intento de diálogo con la Liga Norte, el secretario del PD, Pierluigi Bersani, se mostró algo complaciente: “Digo que la Liga no es racista, pero cuidado: promoviendo determinadas pulsiones, se puede producir racismo” (3).

Según Zecchini, antiguo militante comunista, hoy miembro del PD y partidario de una izquierda reformista, esta ceguera tuvo un efecto paradójico: si en los últimos años muchos trabajadores votaron a la Liga Norte, es porque la izquierda ha ido perdiendo poco a poco el contacto con las capas más desfavorecidas. Así, el populismo que se expresa en el eslogan “Patrones en nuestra casa” aparentemente habría seducido a los empleados que llegan a duras penas a fin de mes. “La izquierda de antes era otra cosa –continúa Zecchini–. En medio de los escombros de la posguerra, trabajaba para la cohesión social. Nos ayudaba a vernos como protagonistas del renacimiento del país. Nuestra formación política comenzaba en la adolescencia con el ingreso a la fábrica y la afiliación al sindicato, que a menudo coincidía con la adhesión al Partido. La fábrica era nuestra universidad. A través de las asambleas, tomábamos conciencia de nuestra condición y de lo que estaba sucediendo afuera. Sentíamos de modo muy directo que podíamos salir de la miseria y de la desigualdad.”

Desarrollo y globalización

Pero a partir de la década de 1980, Brescia, al igual que el resto de Italia, sufrió importantes cambios: grandes industrias fragmentadas en pequeñas empresas, sindicatos cada vez más divididos y desconectados de los partidos políticos; el movimiento obrero, disperso, perdió lo que le daba su fuerza. Y con la globalización, los nuevos trabajadores precarios se quedaron solos y sin voz. “Durante un año envié cartas pidiendo trabajo y no recibí ninguna respuesta”, confía Tommaso Gaglia, un licenciado en literatura de 27 años que busca volver a insuflar vida a este círculo del PD organizando actividades culturales (“cine-fórum”, comidas multiétnicas, conciertos, etc.). “Nosotros, los jóvenes, no sabemos qué nos depara el futuro, pero no debemos caer en el individualismo –agrega–. Me dedico a la política desde la escuela secundaria, porque estoy buscando un camino que me permita concretamente cambiar las cosas, como lo hizo la generación de Zecchini.” El tiempo de las escuelas de partido ha quedado muy lejos: “Tuvimos más suerte que nuestros padres. Pudimos estudiar y vivir nuestra juventud con desahogo, pero no tenemos ninguna formación política. El partido no invierte lo suficiente en esta área y los sitios de encuentro se han ido reduciendo”.

Por el piso superior del círculo, que alberga las espaciosas oficinas del PD, transitan permanentemente militantes y líderes. Entre ellos, Pietro Bisinella, de 45 años, secretario regional y alcalde de una comuna que se convirtió en símbolo de la coexistencia entre autóctonos, indios y paquistaníes que trabajan en las explotaciones agrícolas, o Michele Orlando, de 35 años, que administra una ciudad bastión de la izquierda y que, como los jóvenes dirigentes del PD, llamados rottamatori –“desmanteladores”– espera una renovación de su dirigencia. Una de las militantes más activas, Gloria Bargigia, de 29 años, espera que este rejuvenecimiento también afecte a la base: “Mis padres eran socialistas y me transmitieron la pasión por la política, pero me siento una extranjera. Entre la gente de mi edad, pocas personas están afiliadas a un partido. La acción militante se sigue delegando a los mayores”, cuenta antes de reanudar su distribución diaria de folletos.

En un café literario del centro, cerca de la universidad, los jóvenes del pequeño sindicato estudiantil Sinistra per (literalmente “Izquierda Por”) parecen más confiados. Crecieron después de la caída del Muro de Berlín, durante la operación “Manos Limpias” –el sismo judicial que provocó la crisis de los partidos históricos y el surgimiento de la II República Italiana– y con el “berlusconismo” (4), pero tienen sus esperanzas puestas en una reafirmación de los valores fundantes de la izquierda: hay que “comenzar por la igualdad de las condiciones iniciales –explica Federico Micheli, estudiante de filosofía–. La reforma universitaria que busca la ministra de Educación, Mariastella Gelmini, que se graduó aquí en Brescia, reduce los fondos públicos, es decir, el acceso a becas de estudio, al alojamiento en residencias, a los comedores. ¿Cómo recompensar el mérito, fundamento de la democracia, si no tenemos todos las mismas oportunidades?”. El actual gobierno de derecha presta poca atención a la cultura, considera Micheli, quien se vale de conciertos, cursos de fotografía, fiestas, debates, un periódico universitario y Facebook para promover su concepción de la izquierda. “A veces –continúa–, me deprime ver que a los jóvenes no les interesa la defensa del bien común. Pero resisto, porque, como decía Antonio Gramsci: ‘Odio a los indiferentes’”.

Región roja

En Prato, la principal municipalidad de la Italia central, la tramontana sopla desde hace dos días. Un sentimiento compartido de resignación se hace sentir. Se espera que pase la tormenta, así como la que desde hace unos años asola esta ciudad de la resistencia al fascismo, antaño fortaleza de la izquierda en la región “roja” de Toscana (5). En 2009, después de sesenta y (…)

Artículo completo: 3 898 palabras.

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Francesca Lancini

Periodista, Milán.

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