Tango, un pueblo de 2.500 habitantes en el extremo sur de Filipinas, entre montañas y selva tropical. En este desheredado barangay vivió de los siete a los diecisiete años Manny Pacquiao, declarado boxeador de la década por la prensa deportiva estadounidense. “Pobre entre los pobres, Manny vivía con su familia en una casa de bambú siempre a punto de derrumbarse”, cuenta Edwin Pacaldo, jefe del barangay, situado en la provincia de Sarangani. Sentado frente a un puesto de comida al borde de la ruta, este treintañero bigotudo de apariencia deportiva no escatima elogios sobre el éxito de su amigo de la infancia. Campeón del mundo en ocho categorías distintas, sexto deportista más rico del planeta gracias a un ingreso anual de cuarenta millones de dólares, “Pacman” –sobrenombre del boxeador– abrazó paralelamente una carrera política.
Elegido en 2010 diputado por esta provincia, a los 32 años, Pacquiao promete ser aun más eficaz en política que sobre los rings. “De niño, tuve que luchar para tener algo para comer y hoy, la mayor pelea de mi vida no la libro en el ring sino en mi país, al que quiero liberar de la pobreza”, explicó en vísperas de una pelea contra el estadounidense Shane Mosley, en Las Vegas. Al justiciero enguantado no debería faltarle trabajo: un tercio de los filipinos vive por debajo del umbral de pobreza. “A pesar de su riqueza, Manny no olvidó de dónde viene. Cuando vuelve a Tango, reparte billetes de 100 y 200 pesos en medio del regocijo popular”, cuenta Pacaldo.
Lo cual demuestra que el aprendiz Pacman aprende rápido los rudimentos del oficio. “Desde que somos un Estado independiente (3), nuestros políticos ejercen el clientelismo. Pero no proponen un programa político a largo plazo, ni una perspectiva de desarrollo del país”, analiza Benito Lim, profesor de ciencia política en la Universidad Ateneo de Manila. Pacquiao no es la excepción. Como un eslogan publicitario machacado ad infinitum, el boxeador repite hasta la saciedad su determinación (…)
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