Al presentarse a su reelección para hacer lo que antes no pudo y anunciando que cambió, Nicolas Sarkozy ahorra el largo inventario de promesas no cumplidas, capitulaciones y retractaciones. Desocupación, deuda pública, poder adquisitivo, inseguridad pública, Estado “intachable”, libertades públicas, la lista tiene aires de naufragio. Sea cual sea el resultado de la elección presidencial, es necesario evaluar ya mismo el fiasco político: una caricatura de gobierno presidencial que se metió en todo pese a carecer de los recursos administrativos. Afectado por una bulimia legislativa, produjo una inflación de leyes sin concreción; una política confusa, con un primer ministro reducido al rango de “colaborador” y un parlamento al rango de cámara de registro. La concentración extrema del poder no favorece la duda ni la modestia. Esta puesta en escena del jefe concentra la atención en su persona, con una especie de psicología elemental que alimenta las columnas de la prensa y hace olvidar lo que verdaderamente concierne a la política. ¿Cuántos títulos sobre Nicolas Sarkozy? ¿Cuántas habladurías sobre su carácter? Y todo viene envuelto de adulación o de odio. La misma trampa llevó a Víctor Hugo a engrandecer paradójicamente a Luis Bonaparte, autor del golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851, al ensañarse con él, mientras que con mayor lucidez, Marx proponía reflexionar sobre “las circunstancias y condiciones que permitieron que un personaje mediocre y grotesco hiciera el papel de héroe”...
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