A través del préstamo de una módica suma de dinero para que pudieran desarrollar una actividad lucrativa, el microcrédito apuntaba a emancipar a los más pobres. Pero en India ha triunfado la lógica del accionariado: sociedades de microcrédito amasan fortunas aprovechándose de los más vulnerables.
Laksmi y su mujer Rama no hacían más que producir, día tras día, unos mil beedies (cigarrillos aromáticos), trabajando doce horas diarias, para ganar unas 70 rupias (alrededor de 1,10 euro). Padres de dos niñas, ambos decidieron entonces pedir prestadas 5.000 rupias (78 euros) a un organismo de microcrédito con el fin de abrir un minúsculo puesto de nueces de betel en el suburbio de Warangal, en el Estado de Andhra Pradesh, al sur del país. Eso debía permitirles vivir mejor, con pagos de 130 rupias por semana. Pero, cuenta Rama, Laksmi cayó enfermo: “Durante cuatro meses, no pudo trabajar”. Los vencimientos se acumulaban y, con ellos, los intereses. Los vecinos comenzaron a ponerse agresivos, ya que las sociedades de microcrédito desarrollan un sistema de corresponsabilidad: cuando un deudor no cumple, los otros deben pagar. Hostigada y atemorizada, la pareja pidió un segundo préstamo para poder saldar el primero; luego un tercero para pagar el segundo… Finalmente, llegaron a un total de cinco préstamos por el equivalente de cerca de 1.000 euros...
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