La crisis griega se aproxima a un punto de no retorno. Las decisiones que Atenas se apresta a tomar influirán sobre la evolución del proyecto europeo en el transcurso de los próximos años. Los comentaristas no han visto, probablemente, el alcance de la debacle actual por considerar que Grecia es un “país pequeño” –que sólo representa el 2% del producto interno bruto (PIB) europeo– y que el impacto de una deflagración helena será fácilmente controlado.
La tormenta que asola a Grecia es el resultado, en primer lugar, de su decisión de unirse a la eurozona, elección que la conduciría a la disolución de su economía. En efecto, el país está pagando el precio de un mito según el cual la adopción de una “moneda fuerte” coloca a las economías débiles en pie de igualdad con las más robustas. Ahora se percibe que esta política termina por debilitar a los actores más vulnerables. Es probable que Portugal, Irlanda y España ofrezcan pronto una nueva demostración de esta lógica.
En estas condiciones, Atenas se dirige hacia una salida del euro, y todos los países de la periferia europea podrían seguir sus pasos, una procesión cuyas consecuencias sobre la unión monetaria no serán anodinas, puesto que conducirán a la introducción de mecanismos de conducción económica que el neoliberalismo llevó a los Estados a abandonar...
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